Para Marx, la lucha de clases es el motor de la historia y su superación concluiría con el establecimiento de la sociedad comunista (que es una sociedad sin clases y sin Estado). Como dice Engels,
Fue precisamente Marx quien por primera vez descubrió la gran ley motriz de la historia, la ley de acuerdo con la cual todas las luchas históricas, ocurran en el terreno político, religioso, filosófico o también ideológico, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas de clases sociales, y que la existencia y, por tanto también, las colisiones de estas clases están a su vez condicionadas por el grado de desarrollo de su situación económica, por el modo de su producción y de su cambio, condicionado por ésta.1
Marx no fue, por otro lado, el descubridor exclusivo de estas luchas de clases. Muchos otros pensadores no marxistas habían constatado ya la obviedad de los antagonismos de clase. Como Marx señala en una carta a Joseph Weydemeyer de 5 de marzo de 1852, su verdadera aportación fue triple:
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El reconocimiento de la historicidad de la existencia de clases: el que sólo existan ligadas a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción, fundamentalmente en lo que llama las sociedades antagónicas o sociedades donde se da una división en clases sociales. Esto significa que si bien existen antagonismos de clase, esto no siempre ha sido así (una excepción sería el llamado “comunismo primitivo”) ni siempre ha de serlo.
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La necesidad de que estas luchas de clases conduzcan al socialismo, donde el poder de clase se incline del lado de la clase de los productores, que se han adueñado de la maquinaria del Estado.
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Que el socialismo genere la abolición definitiva de todas las clases y el establecimiento de una sociedad no antagónica (o sociedad comunista), donde el Estado desaparezca como instrumento al servicio de una clase para garantizarse su poder y su dominio sobre toda la sociedad.
Es un hecho fundamental en el marxismo que no hay sujetos independientes y absolutos que obren con «libertad». Que hay clases, independientemente de que los individuos posean o no conciencia de clase, es decir, independientemente de que sepan o no que forman parte de una clase. Y que hay aunque sea latente una lucha de clases. La probable ignorancia incluso de la pertenencia a una clase subraya asimismo el carácter inconsciente de la lucha de clases.
Esta lucha de clases estaría condicionada por la dimensión económica de una sociedad, que comprende dos elementos: las relaciones de producción y las fuerzas productivas.
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Obviamente, si no fuera por la existencia de determinadas relaciones sociales (como la institución, legalmente protegida, de la propiedad) entonces no existiría la propiedad privada de los medios de producción ni por consiguiente la división de la sociedad en clases –de un lado los que tienen las empresas, los instrumentos de producción, las fábricas, la maquinaria y el capital; del otro lado, los que sólo tienen su capacidad para trabajar o “fuerza de trabajo” como dicen los marxistas.
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Al mismo tiempo, la lucha de clases tiene lugar sobre la base de la riqueza acumulada en la sociedad, en la forma de fuerzas productivas, del trabajo acumulado heredado por generaciones anteriores y que sirve de materia prima para la producción. Esta acumulación de trabajo supone una conexión histórica entre las generaciones humanas: la historia del desarrollo económico, que siempre es azaroso y desigual. El desarrollo de las fuerzas productivas es muy importante, porque condiciona, por ejemplo, que un cambio social pueda triunfar o no (este problema motivó en su tiempo inacabables polémicas sobre la posibilidad de la revolución en un país insuficientemente desarrollado). Asimismo, el desarrollo de las fuerzas productivas es desigual, generando relaciones de dependencia entre Estados capitalistas, centrales y periféricos. Esto hace que el cambio social también sea más probable en los países de la periferia que se hallan comparativamente en peores condiciones, y por ejemplo, aspiran a desarrollarse independientemente de la sumisión a un capital extranjero.
Así pues, la historia tiene un motor que es la lucha de clases, y esta lucha de clases está condicionada o determinada por la economía. Esto parece significar que para Marx, entonces, la misma historia está determinada. En un pasaje que motivó demasiadas confusiones, Marx exageró sus propios términos llegando al propio determinismo histórico. La historia estaría determinada por lo económico, y más concretamente por el estado de desarrollo de las fuerzas productivas en la sociedad:
¿Qué es la sociedad, cualquiera que sea su forma? El producto de la acción recíproca de los hombres. ¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso. A un determinado nivel de desarrollo de las facultades productivas de los hombres, corresponde una determinada forma de comercio y de consumo. A determinadas fases de desarrollo de la producción, del comercio, del consumo, corresponden determinadas formas de constitución social, una determinada organización de la familia, de los estamentos o de las clases; en una palabra, una determinada sociedad civil. A una determinada sociedad civil, corresponde un determinado Estado político, que no es más que la expresión oficial de la sociedad civil.2
Las cosas son, sin embargo, más complejas. Marx pensaba que la historia es una huida hacia adelante causada por las contradicciones violentas de un sistema que entra en fases terminales de crecimiento. Por eso, la lucha de clases es un motor de explosión que convierte las contradicciones (combustible) en movimiento. Ahora bien, ese movimiento puede ir en un sentido o en otro. En los años 70, la crisis económica era una crisis de sobre-acumulación, que podía haber acabado en una revolución mundial. En vez de eso, las clases dominantes inventaron el neoliberalismo, una estrategia que convertía la ganancia capitalista en especulación y, al sacarla del circuito de la economía real, conjuraba las crisis de sobreproducción, permitiendo al sistema seguir funcionado (hasta la fecha). Marx sabía este tipo de cosas, y desde luego los marxistas lo saben. Por eso el marxismo no es un determinismo. El motor puede girar para un lado o para el otro. Y la historia, que “en última instancia” es la historia de los modos de producción, puede rodar en diversas direcciones.
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1 F. Engels, «Prólogo a la tercera edición», en K. Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Madrid: Alianza, 2003, p. 184
2 K. Marx, «Carta a P. Annenkov» en Obras escogidas (T II). Madrid: Ayuso, 1975, p. 446