La filosofía nos genera amor-odio porque deja patente el problema de la «ideología» en el sentido en que la entendían los ilustrados: el hecho de que lo que nosotros pensamos o creemos saber no es sino un reconocimiento de un saber que está en otro lugar (en el ambiente, en los libros o como pensaban los ilustrados, en las conspiraciones de los «curas y tiranos»). Esto tiene dos consecuencias:
- Por un lado, tras 27 siglos de historia de la filosofía, casi todo parece dicho. Por eso es tan fácil humillar a un joven estudiante de filosofía (y hay quien extrae placer perverso de ello) apuntando a que le falta tal o cual referencia o a que lo que él dice ya lo dijo alguien antes. La pretensión enciclopédica del saber universitario, en el caso de la filosofía (donde te ves obligado a conocer y dominar 27 siglos de historia) resulta demencial. Así que la mayoría de gente que se acerca a la filosofía opta por desentenderse de todo esto, buscando preocupaciones más reales y concretas en las que su acción individual tenga alguna importancia. Al fin y al cabo, la primera impresión que te causan los grandes libros de la filosofía es que no te necesitan a ti, lector, para nada.
- Por otro lado, la filosofía, como creadora (o sistematizadora) de un sistema de ideas teórico o abstracto, ha pasado a ser irrelevante para la sociedad. En su lugar están los medios de comunicación (ante los cuales a los filósofos les encanta hablar, para quitarse la espinita de su aislamiento social), los manuales de autoayuda, y muchos otros aparatos de producción de discurso. Frente a estos mecanismos que funcionan y se conectan con los problemas presentes, los filósofos quedan convertidos hoy en filólogos, en guardianes de los textos sagrados. Sólo una profunda transformación de la manera de hacer filosofía podría devolverle ese papel problemático que tuvo una vez. Aunque no lo veo fácil desde dentro de la reducida comunidad filosófica, que parece llamar la atención sólo de individuos extraños como nosotros, normalmente ajenos al aquí y el ahora de la realidad.
Los críticos liberales de Marx han popularizado el argumento llamado de la «tarta de barro», un supuesto contrajemplo de la teoría del valor. Si para Marx el valor de una mercancía viene determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, entonces ¿qué sucede si «cocino» una tarta de barro? Ésta sería un producto de mi trabajo, pero carecería de valor puesto que nadie querría comprarla. Sin embargo, Marx distinguía entre trabajo y trabajo social (trabajo socialmente útil). Ninguna mercancía puede tener valor de cambio si no tiene también un valor de uso. Lo que yo creo es que el papel del filósofo es importante porque es capaz de pensar a un nivel un poco mayor de abstracción. Pero si no se conecta de algún modo con otros modos de conocimiento (como hizo Platón con las matemáticas, Descartes, Kant…) entonces todo su trabajo se convierte en una «tarta de barro».
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