En los Pensamientos, la obra póstuma y fragmentaria del físico y matemático Blaise Pascal (1623-1662), desarrolla éste el famoso argumento que conocemos como la apuesta de Pascal. En principio, consiste en un argumento acerca de la existencia de Dios pero que frente a anteriores argumentos (la demostración a posteriori de la experiencia en Tomás de Aquino, o la demostración a priori de Anselmo de Canterbury, por la que Descartes optaría) tiene una base matemática.
Pascal ofrece un argumento que anticipa los modelos matemáticos en teoría de juegos. Supongamos las dos opciones que se presentan. De un lado, si Dios existe entonces podemos acceder a un bien infinito. Del otro lado, si Dios no existe entonces nada cambia en nuestra vida. La razón por sí misma no puede dilucidar esta compleja cuestión metafísica. Exista o no Dios, no es la razón la que queda comprometida, sino la vida humana y su felicidad. Pero para alcanzar esta vida feliz, es necesario apostar a una de ambas opciones. Contemplemos con más detalle estas opciones. Si tuviésemos la absoluta certeza de que Dios no existe, entonces la apuesta carece de sentido. Pero en la medida en que este asunto escapa a la razón, el problema tiene que ver con la probabilidad. Y si existe al menos una ínfima probabilidad de la existencia de Dios, en tal caso la ganancia que se obtiene es infinita. Por consiguiente, la elección más racional consiste en evaluar el producto de la ganancia por la probabilidad, y optar por la elección que incluso por improbable que parezca, ofrece la mayor ganancia.
Naturalmente, el principal fallo de la apuesta de Pascal reside en ese probabilismo: no es un argumento convincente para el ateo que posea certeza de la inexistencia de Dios; en tal caso, la ganancia infinita se multiplica por una probabilidad del 0%. Del mismo modo que la apuesta carece de sentido para el teísta convencido. Realmente es un argumento que se dirige al tipo medio que nunca se ha planteado estas cuestiones metafísicas, sino que más bien las ha rehuido.
Pascal apela al individuo mundano. Tal vez lo más paradójico de la apología cristiana de este autor sea su profunda preocupación por el sujeto de su tiempo que, al igual que en nuestra época, se refugia en los placeres, en la vida mundana, en lo ligero y en las diversiones que le distraen del peso cargante de su existencia arrojada al mundo. Por ese motivo se considera que hay en Pascal un antecedente del existencialismo: el universo es caótico, pone a prueba la resistencia del ser humano a quien finalmente derrotará; el ser humano sólo encuentra su grandeza en la capacidad que tiene para pensar esta condición y obrar en consecuencia, aunque ese obrar va más allá de la razón y sólo puede ser impulsado por un acto irracional, por un salto de fe.
El salto de fe, que no es más que dotar de un sentido o propósito a una existencia que racionalmente nos parece carente de todo propósito, no está sin embargo al alcance de todos. Pascal, seguidor del jansenismo (cierta secta radical que propugna la lectura literal de San Agustín y que fue perseguida por la Iglesia católica en plena Contrarreforma), cree en cierta predestinación. Pero si la gracia nos es otorgada y no podemos abrazar la creencia por un acto de decisión, sí que podemos optar por la vida cristiana, por sus rituales y sus modos de vida, esperando que la auténtica creencia llegue a través de ellos. En el peor de los casos, piensa Pascal, no tendremos auténticos creyentes pero sí individuos que vivan una vida feliz (según la perspectiva del cristiano) y ordenada en las costumbres. Aquí es donde Pascal funciona como auténtico ideólogo, más preocupado quizás por la fuerza del ritual y de las prácticas materiales que por el valor de la creencia interior a la hora de dotar de legitimación al orden social.
Y bien, ¿qué interés tiene en la actualidad, el oscuro argumento de un apologista cristiano del siglo XVII? En la Francia de postguerra, los comunistas apelaban numerosamente a argumentos relacionados con la apuesta de Pascal; la pregunta por un sentido de la historia, la necesidad de un compromiso político que no se basa en certezas sino en probabilidades… podía explicarse más por la apuesta que por la convicción absoluta. En este sentido, una excelente película como Mi noche con Maud (1969) de Eric Rohmer presenta la centralidad de este tema tan clásico de la cultura francesa con relación a la política, a la fe e incluso al amor.
El debate que se nos presenta no es metafísico, sino histórico-político. Si la historia está sometida a leyes deterministas, no cabe apuesta alguna. Si la historia está atravesada por tendencias que podemos conocer y prever, pero cuyos efectos no se hallan determinados simétricamente por aquellas, entonces el acontecimiento susceptible de giros imprevisibles. En estas circunstancias, se presenta la alternativa de Pascal: ¿nos conformaremos con esta vida rutinaria consagrada al olvido de nuestra propia existencia?; ¿tomaremos partido por aquello que, por improbable que parezca, nos ofrecería un modo de vida justo, libre y feliz? En el segundo caso, sólo por el hecho de abrirnos a lo posible ya hemos ganado lo que el cinismo no ganará nunca: una existencia dotada de sentido y proyecto.
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