Dialéctica 101: Platón

En jerga académica, «101» es la designación que en las universidades anglosajonas reciben los cursos introductorios. Con el presente post, comenzamos un curso muy introductorio sobre un concepto complejo y fascinante, pero también algo frustrante: el concepto de dialéctica. A través de un recorrido histórico (casi necesariamente superficial, por el formato de blog), iremos tocando algunas de las apariciones más importantes del concepto, comenzando por Platón y Aristóteles, continuando con Hegel y concluyendo en el materialismo dialéctico de Marx.

La palabra dialéctica proviene del griego dialektiké tekhne (arte dialéctico), que a su vez procede del verbo dialego (conversar, discutir). Le debemos su popularidad a Platón. En sus diálogos de juventud, Platón parece haber tomado de Sócrates un método de preguntas y respuestas por medio del cual éste se aproximaba de manera sucesiva a las definiciones universales de las cosas (si bien el resultado de este método, núcleo y origen de la dialéctica platónica, solía ser poco concluyente).

Para Platón, la ciencia dialéctica es el modo supremo de saber. Mientras las ciencias de su época (la geometría o el cálculo) razonan por medio de supuestos a partir de los cuales se deducen las distintas proposiciones, la ciencia dialéctica avanza hacia los primeros principios, las ideas. Este proceso de ascenso hacia las ideas está representado en el célebre mito de la caverna, y aparece también en la dialéctica del Eros en El banquete.

Para Platón, la dialéctica parece que supera, por tanto, los límites del método socrático de las definiciones: no sólo busca la precisión en los términos, sino que directamente nos sirve para ascender hacia el conocimiento de realidades que tienen una existencia propia (las ideas). Por eso se entrecruzan en su obra la dialéctica y el Eros (que no es sino el sentimiento ascendente que persigue recobrar la trascendencia del alma, encerrada en un cuerpo, regresando de alguna manera al mundo de las ideas).

Ahora bien, con posterioridad el pensamiento platónico sobre la dialéctica evoluciona a un sentido menos religioso y más metodológico. En los diálogos de vejez, como por ejemplo en el Sofista, Platón emplea un método de definición que llama diáiresis (división). Consiste en dividir un concepto (género) en sucesivas dicotomías, descartándose una y dividéndose a su vez la siguiente, de tal modo que la definición completa del término viene a ser la resultante de aquella cadena de oposiciones. En el Fedro habla Platón de este procedimiento, junto con su opuesto, la unión o synagogé: “Y de esto es de lo que soy yo amante, Fedro, de las divisiones y uniones, que me hacen capaz de hablar y de pensar” (Fedro, 266b). Sócrates agrega que aquellos capaces de proceder de este modo, yendo de lo uno a lo múltiple y viceversa, reciben el nombre de dialécticos.

Infografia Platon

SUPLEMENTO: PLATÓN Y LA IDEOLOGÍA

En el Gorgias, Platón analizaba el arte de la retórica. La retórica es un arte referido a los discursos, pero no a todos los discursos, sino a un tipo especial de los mismos. Cuando Sócrates le pregunta a Gorgias al respecto, éste afirma que la retórica se ocupa del mayor bien, que consiste en «ser capaz de persuadir, por medio de la palabra, a los jueces en el tribunal, a los consejeros en el Consejo, al pueblo en la Asamblea y en toda otra reunión en que se trate de asuntos públicos.»

Ahora bien, la persuasión puede darse de muchas maneras y no de una sola. Es posible hallarse persuadido de algo en la medida en que sabemos la verdad acerca de la cosa, o es posible estar persuadido porque sostenemos una creencia, que puede ser verdadera o puede igualmente no serlo: “los que han adquirido un conocimiento y los que tienen una creencia están igualmente persuadidos”. Este tipo de persuasión es para Platón la propia de la retórica: la retórica no enseña qué es lo justo y lo injusto, sino que persuade en la creencia acerca de lo que es justo e injusto.

En un determinado momento, en el diálogo interviene un nuevo personaje. Es Polo, que afirma que la retórica no es un arte, sino un tipo de práctica consistente en “producir cierto agrado y placer”. Pero no es la única. La retórica forma parte, junto con otras técnicas, de lo que Sócrates va a llamar la adulación. Es una ocupación que “exige un espíritu sagaz, decidido y apto por naturaleza para las relaciones humanas”, y que consta de cuatro partes: cocina, retórica, cosmética y sofística. Todas estas prácticas constituyen simulacros, son el reverso de las técnicas que sirven bien al cuerpo, bien al alma.

Así pues, Platón distingue aquí entre cuatro artes “buenas” y cuatro artes “malas”. Las cuatro artes buenas son la gimnasia y la medicina (que se ocupan del cuerpo) y la legislación y la justicia (que se refieren al alma). Podríamos llamarlas las cuatro técnicas del cuidado. Frente a estas cuatro técnicas “buenas” referidas al cuidado de la mente y del cuerpo, Platón sitúa sus respectivos simulacros: la culinaria, de la medicina; la cosmética, de la gimnasia; la sofística, de la legislación; y la retórica, de la justicia. La adulación supone por consiguiente la inversión de las cuatro técnicas del cuidado, engañando a sus interlocutores y trocando el bien por lo agradable.

Resulta muy interesante que para Platón, en el Gorgias, la retórica no sea el espejo negativo de la dialéctica ni de otra disciplina relacionada con el diálogo. Es el simulacro de la justicia, en tanto que la retórica no es situada en un dualismo formalista (el habla como instrumento) sino en una oposición desde el punto de vista material (la persuasión o la ciencia). Al fin y al cabo, tanto la justicia, como la medicina o el derecho son tipos de discursos y lo crucial es atender a si estos discursos se orientan hacia el bien (lo bueno, verdadero, justo y bello) o hacia el agrado.

Aquí se dan los elementos en Platón para una teoría acerca de lo ideológico. Platón no supone que haya una verdad al margen de toda pasión: pensamos con todo el cuerpo, y ascendemos desde el amor puramente físico hacia el amor por las Ideas. Pero hay un núcleo de goce (la jouissance lacaniana) en el discurso filosófico. Por ese motivo, ni en la filosofía ni en la ideología hay realmente un afuera del goce. La diferencia está en si el goce se conduce hacia la verdad-bien, o se dirige hacia los bienes aparentes, simulacros del bien verdadero. El simulacro platónico es por tanto la “mera ideología”, esto es, la representación ideológica del bien.

La crítica de la ideología de Platón resulta plenamente contemporánea, en la época de lo que Alain Badiou llama el “materialismo democrático”. La ideología contemporánea, la doxa ambiental, busca la adulación, no la verdad. En el marco de la crisis de las democracias burguesas, análogo a la crisis de la Atenas democrática, no hay interés por el cuidado, sino por el agrado.

Lo más interesante de la crítica platónica de la ideología reside en cómo para Platón la verdad no está desligada de lo patológico. Tanto la retórica como la dialéctica operan del mismo modo, elevando y guiando la mente, seduciendo y persuadiendo, pero son dos clases diferentes de persuasión. Esta diferencia la plasma y desarrolla en el diálogo Fedro, donde expone el poder tanto del Eros como de la retórica para guiar y encauzar la mente. No todos los individuos pueden servirse del Eros para trascender el amor por los cuerpos y aspirar al verdadero conocimiento; para ello, el filósofo debe servirse también de la retórica, que conduce a su oyente del amor por la belleza al amor por los bellos discursos.

En el Fedro, el joven que da título al diálogo se encuentra fascinado por un discurso del orador Lisias, hasta el punto de leerlo en voz alta ante Sócrates, para compartir con éste su fascinación. Sócrates le responderá a su vez con dos discursos alternativos acerca del mismo tema que el discurso de Lisias (el amor). En el diálogo, Fedro ocupa el lugar de oyente y juez, mientras Sócrates parece buscar su seducción a través de las palabras.

Al dar comienzo su primer discurso, Sócrates se tapa, como si se avergonzara de hablar de amor ante un joven. Parece que evitase de este modo la seducción propia del discurso verdadero, para quedarse en la mera seducción de las palabras (retórica). Y es que la retórica es el arte de seducir con palabras, mientras la verdadera filosofía, que se sirve del Eros, seduce con todo el cuerpo y el alma. Pero seduciendo con palabras, Sócrates busca el modo de reconducir a Fedro hacia el camino de la verdadera filosofía, que está por encima de los bellos discursos y apunta a la verdadera belleza de las ideas.

De este modo, Platón reescribe su interpretación de la retórica en Gorgias. Ahora la retórica no es siempre perversa, sino que constituye una herramienta para el verdadero filósofo. Ahora bien, lo que Platón entiende por retórica tiene unas características distintas de la retórica entendida usualmente por sus contemporáneos. Supone un conocimiento de la verdad, así como del alma humana (pues es un discurso que se dirige a un individuo concreto al cual se debe conocer para poder guiar hacia aquella verdad). Asimismo, se sirve de instrumentos metodológicos para alcanzar dicha verdad

Por tanto, para Platón la retórica es el instrumento que ejercita a un interlocutor en el empleo de las uniones y divisiones, verdaderos procedimientos de la ciencia dialéctica. Es así como el amor por los discursos bien construidos guía al alma hacia el amor por la verdad, que sólo se alcanza a través del ejercicio de la dialéctica.

Finalmente, el Fedro concluye de manera sorprendente con una famosa crítica a la palabra escrita: el problema de la palabra escrita es que se dirige a cualquiera, como hacen los grandes oradores, pero ahí queda fuera toda relación filosófica. Y es que la relación filosófica supone conocer a tu interlocutor y guiarlo, como al preso del mito de la caverna, hacia el amor por la verdad. Los discursos escritos son herramientas, pero el filósofo real debe comparecer ante su interlocutor para dotar de vida a la palabra.

La filosofía no es ni un espectáculo de masas, ni un refugio individual. No necesita de la palabra multitudinaria del retórico tradicional, que se dirige a las grandes masas, pero tampoco puede transmitirse meramente por escrito, para que la rumie el individuo en soledad. Cuando solo tenemos la escritura, el alma divaga: el retórico puede presumir de herramientas, pero no conduce ni guía hacia la verdad. Se comporta como el profesor que es buen investigador, pero no es capaz de conducir a su alumno hacia la verdad. La letra escrita, muerta, inmoviliza; en cambio, el pensamiento verdadero es móvil y dialéctico.

Categorías: Filosofía

Tagged as: , , ,

2 replies »

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: