Hoy se cumplen los 5o años de la primera emisión de la Serie Original. No he podido escribir nada para la ocasión, pero hablo de la serie en mi tesis doctoral, y aprovecho un día como hoy para recordarlo.
En su libro sobre Lenin, Žižek narra una conocida anécdota acerca del revolucionario ruso. Escuchando la Appasionata de Beethoven, Lenin comenzó a llorar, tras lo cual afirmó que un revolucionario no se podía permitir esa clase de sentimientos, que le harían desear abrazar a sus enemigos en lugar de combatirlos sin piedad. Esta anécdota suele ser interpretada como una muestra de su fría crueldad.1 Ahora bien, comenta Žižek, «¿No atestigua, por el contrario, una sensibilidad extrema hacia la música que hay que mantener bajo control a fin de continuar la lucha política?»2 En efecto, lo realmente bárbaro sería poder asistir a un recital musical y a continuación, sin mayores problemas, aniquilar a sus enemigos (como se dedicaban a hacer los nazis). Remarcando la problemática relación entre la música y la política, Lenin daría muestras de una verdadera humanidad.
¿No da prueba de la humanidad de Lenin el hecho de que, en contraposición con esta barbarie suma, que reside en la propia unidad no problemática de alta cultura y barbarie política, él se mantenga, sin embargo, extremadamente sensible al antagonismo irreductible entre arte y lucha por el poder?3
Esta anécdota sobre Lenin y la música, que plantea el problema de la relación entre la razón política (revolucionaria) y una experiencia íntima y personal de implicaciones emocionales, se encuentra repetida en un episodio concreto de la serie televisiva Star Trek: The next generation. En el episodio 23 de la tercera temporada, titulado Sarek (Les Landau, 1990), el personaje que da nombre al capítulo, padre de Spock y diplomático vulcaniano, padece una extraña enfermedad. Como todo conocedor de la serie Star Trek sabrá, los vulcanianos se caracterizan por su aparente frialdad y racionalidad, inmune a cualquier tipo de influjo emocional. En el episodio que mencionamos, durante un recital de música celebrado a bordo de la nave Enterprise, Sarek, visiblemente emocionado, deja caer una lágrima y en ese momento se levanta y abandona la sala. Naturalmente, una muestra tal de inestabilidad (para un vulcaniano) pone en riesgo la difícil misión diplomática que se le había encomendado, y el resto del capítulo se centrará en el modo en que los personajes protagonistas y el propio Sarek hacen frente a este problema.
El paralelismo entre la psicología vulcaniana y el Lenin de Žižek es más profundo, y para ilustrarlo sería preciso hacer mención a un famoso ritual del universo de Star Trek: nos referimos al Pon Farr. Pon Farr designa un periodo de inestabilidad hormonal que acontece a los vulcanianos cada siete años, así como una serie de rituales (fundamentalmente de emparejamiento) asociados a dicho periodo. Durante el Pon Farr, los vulcanianos pierden por completo el control y se vuelven salvajes. No es extraño por tanto que este periodo se encuentre rodeado de secretismo, y que para un vulcaniano resulte vergonzoso aludir a él –para su cultura, el Pon Farr es equiparable a nuestro tabú de la menstruación. Los vulcanianos en el universo de Star Trek se encuentran siempre escindidos entre su dominio racional de sí mismos y su oscuro e incontrolable reverso pulsional. De hecho, los propios vulcanianos llegan a reconocer que su férrea disciplina tiene como objetivo reprimir esos impulsos que, de liberarse sin ningún control, devastarían toda su civilización.
Del mismo modo en que Žižek considera la reacción de Lenin, su puesta en disyunción de arte y política, como una prueba de humanidad (la prueba se encuentra en su autoimposición disciplinaria de un distanciamiento respecto de la música, y no en el hecho ordinario de que la appasionata le pueda emocionar), hay que insistir en que el Pon Farr vulcaniano, con su explosión de violencia animal, carece de toda relevancia moral propia: lo que hace humanos a los vulcanianos no es este periodo de animalidad, sino la relación problemática que experimentan respecto de dicho periodo, su conciencia del antagonismo que atraviesa su mundo racional y ordenado (sin embargo, cuando sus estallidos hormonales tienen lugar, ellos pierden necesariamente toda dignidad moral, quedando reducidos a dementes incontrolables).
Es fundamental que subrayemos la distinción entre el acontecimiento apasionado y la experiencia del antagonismo que ese acontecimiento introduce en el orden social: se trata de la distinción entre la violencia en el sentido arendtiano y el momento verdaderamente violento en el que se desenmascara la violencia estructural en el orden pacífico de las cosas. Ése es el sentido de lo que Walter Benjamin denominaba violencia divina. Inevitablemente, el Walter Benjamin al cual recurrimos no es el semítico (el despolitizado) sino el que abogaba directamente por el comunismo y por la dictadura del proletariado. Y es que la reflexión sobre la violencia divina no puede separarse de su contexto: y precisamente por eso, debemos considerar erróneo señalar la violencia divina como alternativa moralmente aceptable a la «indeseable» (al menos para los izquierdistas académicos) toma del poder del Estado. La violencia divina, que no es ácrata, es inseparable de la dictadura del proletariado (dictadura de la clase obrera organizada en el estadio de la sociedad socialista), concepto clave del marxismo leninista durante el siglo XX.4 En este sentido, Žižek reclama recuperar la verdad subyacente en el concepto, que para él tiene el significado de una recuperación del antagonismo en el campo democrático.5 Así, mientras las sociedades democráticas niegan o encubren la existencia de contradicciones o antagonismos, la dictadura del proletariado la afirma, haciendo explícita por tanto la violencia estructural del sistema, que es reconocida como un resultado político y no como una fuerza de la naturaleza.
Por esta razón, dentro de nuestro imaginario cultural, el verdadero modelo del revolucionario leninista que exacerba las contradicciones existentes con objeto de conducir la situación a un estallido revolucionario violento no se encuentra encarnado en ningún thriller de la Guerra Fría, sino en el impulsivo pero honrado capitán Kirk de Star Trek. En el episodio 23 de la primera temporada de The original series, titulado «A taste of Armageddon» (Joseph Pevney, 1967), la nave Enterprise se dirige al sistema Eminiar en una misión diplomática para mediar entre dos planetas vecinos (Eminiar VII y Vendikar) que se encuentran en guerra desde tiempos inmemoriales. Una vez que aterrizan en Eminiar VII, el planeta recibe un ataque. Pero esto no es lo más destacable de la situación. Lo que Kirk y sus compañeros descubren con horror es el modo en que se está llevando a cabo esta guerra: para evitar dañar las infraestructuras de ambos planetas y para mantener intactos sus avanzados niveles de desarrollo cultural, Eminiar VII y Vendikar han optado por llevar a cabo lo que llaman «guerra teórica», ataques informáticos virtuales por medio de ordenadores. Cuando tiene lugar un ataque, el ordenador del planeta objetivo determina dónde han tenido lugar los bombardeos y cuál ha sido el número de víctimas. Acto seguido, los ciudadanos que han sido computados como bajas tienen que dirigirse a unas estaciones de desintegración, cosa que hacen voluntariamente. Este método de guerra, avanzado y en extremo civilizado, tiene una consecuencia obvia para Kirk: el apego que ambas civilizaciones tienen por sus respectivas culturas, y el terror hacia las consecuencias (culturales, económicas) de una guerra convencional y real, conduce a un estado permanente de guerra computerizada que sin embargo no da alicientes para firmar ningún tratado de paz (a pesar del elevado coste humano, estas muertes son consideradas el precio que hay que pagar por otras comodidades). El único modo de conseguir dicho tratado pasa por sabotear las estaciones de desintegración y los computadores de Eminiar VII, y condenarles a enfrentar, cara a cara, el sabor del Armagedón, el salvajismo de un conflicto armado real que tendría consecuencias devastadoras para su complaciente modo de vida. Por medio de actos violentos y terroristas, Kirk y sus oficiales destruyen las máquinas desintegradoras y consiguen, en efecto, que se reestablezca el diálogo entre ambos planetas vecinos.
De mi tesis doctoral. Puede accederse al pdf aquí.
NOTAS:
1 Slavoj Žižek, Repetir Lenin, Madrid: Akal, 2004, p. 43.
2 Ibid.
3 Ibid.
4 La definición clásica de este concepto se encuentra en la obra de Lenin «El Estado y la revolución» (en Obras escogidas en tres tomos, Vol. 2, Moscú: Progreso, 1975, pp. 291-389).
5 Slavoj Žižek, Living in the End Times, O. Cit., p. 393.