Magia y religiosidad en el «Conan» de Robert E. Howard

En su crítica a Feuerbach, Marx alegaba que no bastaba con invertir la religión y caracterizar a las divinidades como esencia humana invertida: era preciso cuestionar la propia noción feuerbachiana de una esencia humana que sería «alienada» en una entidad trascendente.1 La crítica marxiana llega de este modo a constituirse en crítica del ser humano, que es caracterizado por el materialismo histórico como un ser social, producto de las condiciones polémicas y contradictorias de una sociedad en constante proceso de transformación.

Quisiera argumentar que este enfoque marxista es plenamente compatible con la ficción de Robert E. Howard, donde las divinidades tienen su presencia (como corresponde al género fantástico de espada y brujería), pero de una forma distante y ajena a la humanidad: por tanto, muy al estilo de Lovecraft, la naturaleza divina no es la humana invertida, sino una tercera naturaleza, alienígena e inhumana. Crom, el dios bárbaro de Conan, habita en una montaña y no interviene en los asuntos humanos, por mucho que se le invoque. Conan afirma en la novela La reina de la Costa Negra, en términos radicalmente paganos: «He conocido muchos dioses. Aquel que reniega de ellos está tan ciego como aquel que cree en ellos demasiado.2

Hay que detenerse en esta última afirmación, que recuerda al clásico dicho de Lacan de que tan loco es el mendigo que cree ser rey como el rey que cree serlo. ¿Tenemos en Conan una simple crítica pagana y politeísta al materialismo ateo? ¿O más bien una puesta en valor post-ilustrada (y casi althusseriana) de la eficacia de las ficciones imaginarias y de la necesidad de una postura crítica respecto de la «superestructura» ideológica? Si es el segundo caso, se diría que los dioses son una ficción imaginaria a partir de la cual orientamos de manera provechosa nuestras vidas, siempre y cuando no acabemos yendo demasiado lejos y acabemos como fanáticos o sectarios de divinidades inexistentes. Por tanto, parecería que tenemos que elegir entre dos opciones: el paganismo o el cinismo pragmático de quien sabe que los dioses no existen pero es inevitable creer en ellos. Pero aunque es tentador seguir alguna de estas dos vías, ninguna captura la realidad de cómo el bárbaro howardiano encara el hecho religioso. Para comprender la posición del personaje, debemos investigar el auténtico punto de unión entre la divinidad y el individuo en la ficción de Howard: la religiosidad y sus rituales mágicos.

La figura del mago juega para Conan o Kull (los héroes bárbaros de R.E. Howard) un papel muy distinto al que tenía para Tolkien. El bárbaro howardiano se enfrenta a la brujería como algo completamente ajeno, peligroso y moralmente turbio. En primer lugar, la magia no es un elemento susceptible de absoluto control y dominación por parte del hechicero, y de hecho lo más probable es que su uso (e inevitable abuso) le corrompa y le conduzca necesariamente a la perdición. Lo mismo puede decirse de aquellos que pretenden servirse de un hechicero. En «El fénix en la espada», tal resulta ser el destino de Ascalante, cabecilla de la conjura de nobles contra el rey Conan. Ascalante se sirve del hechicero estigio Toth-Amon, a quien ha esclavizado, y que posteriormente le traicionará. Pero hay algo más que distingue la magia en Tolkien de la brujería en los universos bárbaros de Howard: la magia en Howard no es meramente profética, sino absolutamente pragmática (como la conciben Mauss o Malinowski):3 no es reveladora, sino que constituye una fuerza material. Para Howard, la magia no se encuentra al servicio del destino profetizado desde un más allá, sino que es herramienta e instrumento para el dominio de la naturaleza y de la sociedad en el más acá.

Contra el Destino, el atributo de Conan es la voluntad. Y precisamente, el uso de la magia como atajo imaginario revela una débil voluntad, que es susceptible de ser capturada y corrompida por la magia misma. Medios y fines (la magia y los resultados de la misma sobre la realidad material) se vuelven inseparables, y el hechicero queda apresado de aquellos.

Lévi-Strauss, en Antropologia estructural,5 explica cómo el funcionamiento de la magia se basa en el consenso general en torno a la eficacia de la misma. En otras palabras, la magia presupone un Cosmos, un universo simbólico ordenado y estructurado. Si es así, la negación de la magia por parte de Conan ¿no supone la introducción del desorden y el desgobierno? Es en este sentido en que la posición de Conan resulta comparable con la del materialista histórico, que no espera encontrar la esencia de la humanidad tras los mitos y los ídolos religiosos, sino que rastrea en ellos los indicios de una sociedad contradictoria y desigual.

El trabajo de desencanto y de crítica de la ideología revela un mundo material donde mandan la fuerza y la violencia, y el héroe bárbaro es aquel que resulta consecuente con esta crítica. Por eso rechaza toda ideología mítica, y rechaza la magia como una fantasía truculenta: porque esa fantasía, que tiene efectos muy reales (como toda representación imaginaria, compartida colectivamente, produce efectos materiales), constituye un enmascaramiento de las relaciones de fuerza y dominación, que es su deber poner de relieve y desenmascarar. El bárbaro no asume por tanto la existencia de la divinidad como una ficción imaginaria amable y necesaria, sino como la evidencia de una gran injusticia social. Existen los dioses, pero existen porque las sociedades son contradictorias y el mundo es, en último término, salvaje y cruel. Por eso no hay que pedir favores a estos dioses, como hacen los hechiceros, sino enfrentarlos o, más bien, enfrentar a los tiranos, cultistas y demás ralea que hacen uso de ellos. Conan es por tanto, a su modo, un ilustrado que recupera aquel viejo clásico de que en una sociedad contradictoria, la ideología dominante es la que sirve a los intereses de las clases dominantes.

Cómo encara esta evidencia sin embargo, en el momento en que el héroe bárbaro es también un rey y por tanto en teoría se integrará en una estructura de poder (Conan será rey de Aquilonia y Kull de Valusia), será objeto de otra reflexión que intentaremos colar en forma de artículo en otra parte.

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1 Marx, K.: «Tesis sobre Feuerbach», en Marx, K. y Engels, F.: Obras Escogidas, 2. Madrid: Akal, 1975, pp. 427-428.

2 «I have known many gods. He who denies them is as blind as he who trusts them too deeply» (Howard, R. E.: «Queen of the Black Coast», en The Coming of Conan the Cimmerian, p. 133.)

3 Martí, J.: «Los cuatro elementos. Fundamentos conceptuales introductorios para el estudio de la religión», en VV.AA.: Antropología de la religión. Barcelona: UOC, 2003, p. 43.

5 Lévi-Strauss, C: «El hechicero y su magia», en Antropología estructural. Barcelona: Paidós, 1987, pp. 195-210.

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