La reterritorialización del trabajo intelectual: crisis del trabajo cognitivo y formas de organización política

1. Del intelectual ilustrado al intelectual de partido

“Cognitariado” es un concepto propuesto por Franco Berardi, Bifo, para designar una emergente clase social urbana de trabajadores creativos y vinculados a las nuevas tecnologías, depauperada tras la crisis de las empresas puntocom y el predominio de los grandes monopolios.

En su artículo “Del intelectual orgánico a la formación del cognitariado”, Berardi trata de desmontar el concepto del intelectual en la tradición moderna y revolucionaria, para presentar al cognitariado como la clase de los trabajadores intelectuales desposeídos, una clase que no puede pensarse desde las categorías políticas e ideológicas de la izquierda del siglo XX.1

Como bien destaca Berardi, la figura del intelectual moderno e ilustrado no se define por una posición social, sino más bien por sustraerse de dicha posición, quedando vinculado al “sistema de valores que constituye el universalismo moderno”.2 Podríamos decir que el intelectual se encuentra encerrado en un triángulo fundamental característico de la modernidad: la tríada universalismo-formalismo-democracia.

En el pensamiento político revolucionario del siglo XX persistiría esta concepción del intelectual desvinculado y universalista. Para Lenin, según Berardi, los intelectuales no son una clase social porque carecen de un interés de clase propio, dada su vinculación a los intereses de la clase dominante o, en casos determinados, a los intereses de las clases subalternas.3 En cualquiera de estas circunstancias, el compromiso político del intelectual se vincula a un acto de decisión puramente racional. Recordemos que sin embargo, para Lenin, siguiendo a Kautsky, la clase obrera no puede adquirir una conciencia política revolucionaria sin la incorporación de los intelectuales a sus filas. Por esta razón interpreta Berardi que en el planteamiento leninista “los obreros, aun siendo portadores de un interés social, no pueden pasar de la fase puramente económica (el en sí hegeliano del ser social) a la fase política consciente (el para sí de la autoconciencia) si no es a través de la forma política del partido”.4 Pues los intelectuales que transmiten la conciencia revolucionaria al proletariado serían aquellos organizadores, hombres de partido. El partido es la estructura que media para que los trabajadores, ubicados en un espacio material dentro de la división social del trabajo, trasciendan esa dimensión práctica de su sumisión al modo de producción y puedan concebir abstractamente una vía revolucionaria hacia su emancipación.

Las consecuencias de esta concepción fueron extraídas plenamente por Antonio Gramsci, quien trascendió la caracterización tradicionalmente moderna del intelectual para identificar al intelectual colectivo con el partido, y a los intelectuales como “intelectuales orgánicos”, cuadros técnicos y cognitivos, organizadores y asistentes de una clase social determinada.

2. El nuevo trabajo intelectual

La postura de Berardi se abreva de la tradición del operaismo italiano, abandonando la noción tradicional del «intelectual» y reformulándola por medio de una interpretación muy particular sobre el concepto de «general intellect» formulado por Marx en los Grundrisse.

Cuando por causas del propio desarrollo capitalista el empleo de la fuerza de trabajo se reduce (en los países desarrollados donde los salarios son elevados) en proporción con la inversión en maquinaria, tenemos dos consecuencias históricas. La primera es la tendencia al descenso de la tasa de ganancia que, como Marx expuso en El capital, constituye una de las causas de las crisis económicas capitalistas. La segunda es la importancia cada vez mayor que cobran las investigaciones tecnocientíficas y la acumulación de conocimientos (el famoso I+D+i) que permitan mantener el ritmo cada vez más exigente de innovación para perfeccionar la maquinaria reduciendo la cantidad de trabajo vivo empleado.

En un pasaje reiteradamente referido por estos autores (el «Fragmento sobre las máquinas») Marx había afirmado que, dado un determinado grado del desarrollo de las fuerzas productivas, el volumen de la producción de mercancías no depende del tiempo de trabajo o de la intensidad de su explotación, sino del grado de desarrollo de la actividad científica, del progreso tecnológico y de la aplicación de estos avances al proceso productivo.5 Como bien han teorizado los autores postobreristas, estas condiciones históricas suponen que cobra cada vez mayor peso una «inteligencia colectiva» que se alimenta no sólo de los despachos y los laboratorios de investigación, sino también de la cultura de masas y de todo un fondo de recursos de modos de vida, afectos y relaciones sociales que hacen posible el pensamiento creativo.

El «general intellect» es una consecuencia natural del desarrollo capitalista en la lucha del capital contra los niveles salariales de los trabajadores. Al mismo tiempo, genera una nueva forma de trabajador, el trabajador típico de las sociedades donde la acumulación del capital está más avanzada, un trabajador cognitivo que posee los conocimientos que alimentan las fuerzas productivas, pero se halla desposeído de los medios de producción y se encuentra sometido a una explotación creciente.

Esta explotación creciente es la tendencia que se produce cuando la crisis, mencionada por Berardi, de las puntocom6 llevó a esta clase de técnicos, intelectuales y profesionales asalariados a perder sus ilusiones de ser pequeños empresarios. El conocimiento colectivo pasó a acumularse en manos de grandes multinacionales y ellos quedaron desposeídos de sus herramientas de trabajo, constituyéndose en una nueva forma de proletariado que Berardi denomina «cognitariado».

Esta clase social proviene del desengaño de los tiempos del boom económico inaugurado por Reagan-Thatcher. «El neoliberalismo produjo su propia negación, el dominio monopolista y la dictadura estatal-militar».7 Estamos ante un nuevo proletariado que en los años de bonanza creyó en el proyecto de la globalización neoliberal, y consideró que podía compartir los beneficios del ciclo expansivo inaugurado con la reconversión de las economías occidentales y la economía desrregulada financiarizada (una reconversión que respondía a la crisis por el descenso de la tasa de ganancia en los años 70). Esta ideología fue tan potente y repartió tantos beneficios aparentes entre los sectores mejor posicionados para competir en la nueva economía, que se convirtió pronto en la doctrina del centro-izquierda, algo en lo que fueron pioneros los laboristas británicos.8

La crisis de las puntocom, unida a la sobreproducción de profesionales cualificados por medio de un sistema de universidades financiadas por los estados para crear técnicos baratos, y unida por último a la crisis financiera de 2009, supuso el fin de los privilegios para esta nueva clase obrera. La crisis de la economía «de casino» financiarizada durante los años de la desrregulación neoliberal ha supuesto la aparición de nuevas fronteras entre los Estados y nuevas velocidades entre las economías occidentales, modificando los patrones de desarrollo entre EEUU, los países emergentes y Europa así como en el seno de la propia Unión Europea.9

En EEUU, el estallido de la burbuja de las puntocom, llevó a una concentración del capital cognitivo en manos de unas pocas multinacionales, como bien menciona Berardi. El capital cognitivo, global y descentrado, ha ido concentrándose poco a poco en los núcleos y en los centros económicos (véase el caso de la emigración de profesionales, la llamada «fuga de cerebros»), lo cual nos conduce a los problemas ya clásicos que caracterizan una economía en régimen de monopolio: descenso en la inversión productiva, altos precios, escasa renovación de maquinaria, escasa inversión en capital real por los riesgos que entraña la inversión productiva en un contexto de sobreacumulación, capacidad productiva infrautilizada.10 Todos estos rasgos del monopolio son letales para una clase social altamente cualificada, dedicada a la innovación: mayores tasas de desempleo, y especialización en la ingeniería especulativa (una rama donde el dinero se mueve rápido y con menos riesgos que en la economía real, sometida al peligro del descenso en la tasa de ganancia, pero cuyo reparto es más desigual y apenas revierte en la sociedad).

Un segundo aspecto ha contribuido a la caída en desgracia de la clase de los trabajadores intelectuales, tras la crisis financiera de 2009. Los recortes en investigación y en el sistema educativo que se han producido en España y otros países de la periferia europea son parte de una estrategia de redefinición de sus economías, hacia un mayor empleo de mano de obra poco cualificada y menos inversión en maquinaria, algo necesario para economías capitalistas que disponen (o prevén disponer, vía depauperación) de una fuerza de trabajo barata y que tienen difícil acceso a la financiación para invertir en medios de producción. Se trata de la vía hacia el subdesarrollo emprendida por los países capitalistas más dependientes de la globalización neoliberal, con gobiernos más sumisos a los centros de poder económico, y con clases dominantes mayormente vinculadas a la especulación financiera (o en casos particulares, a sectores económicos donde los bienes funcionaban como activos financieros, caso del capitalismo inmobiliario español).11

3. El «cognitariado» como vanguardia y sujeto

El cognitariado no es una clase, porque es un compuesto. El trabajo «intelectual» o cognitivo comprende múltiples sectores y estratos, hasta el punto de que la división entre trabajo intelectual y trabajo manual resulta simplista en un mundo donde el trabajo cognitivo y el común acervo cultural y social son apropiados por el capital privado.

Esta necesidad de alimentar la inteligencia colectiva queda patente por la importancia que cobra la educación de masas en el contexto de una economía capitalista. En los países encaminados al crecimiento económico, la educación de masas es un factor crucial porque permite perfeccionar la organización del trabajo y optimizar la inversión productiva, incrementando el ratio capital-mano de obra. Esto, en el contexto de una economía financiarizada, supone formular modos creativos de lidiar con el excedente de capital sin arriesgarlo en las incertidumbres de la economía real y sin desembocar en crisis de sobreacumulación.

El vínculo entre desarrollo capitalista y educación de masas tiene por corolario que las modalidades de trabajo cognitivo se concreten en sectores muy distintos de acuerdo con las regiones y las economías del globo, cuyos ritmos de crecimiento varían significativamente. Un banquero de la city londinense dedica su inteligencia y su creatividad a fines muy distintos de los que contempla un académico izquierdista italiano o un artista bohemio de Nueva York, y la procedencia de sus salarios también varía de una condición a otra.

El análisis de Berardi y los postoperaistas es certero en la medida en que nos llaman la atención sobre un hecho relevante: la superación (relativa) de la división entre trabajo intelectual y manual, dentro del contexto de las economías desarrolladas donde se ha potenciado la educación de masas y donde la cultura y la inteligencia colectiva son el factor económico más importante. Ahora bien, esta superación es relativa por cuanto que no es un hecho global, sino que remite a una división internacional del trabajo donde las regiones y naciones menos pujantes explotan mano de obra barata en la economía productiva, con menos inversión relativa de capital por trabajador.

La teoría del cognitariado se basa en una generalización y una extrapolación al conjunto de la sociedad de una problemática que afecta, en principio, a un grupo social muy concreto dentro de la división social del trabajo en las sociedades «postindustrializadas» tras la contrarrevolución neoliberal, financiarizadora y desrreguladora. Como dice Toni Negri al teorizar sobre la «multitud», esta categoría social sería una categoría cuantitativamente muy pequeña, pero cualitativamente determinante (tal y como era la clase obrera industrial en los albores del capitalismo). Esto es relativamente cierto. Si es correcto afirmar que el desarrollo de las fuerzas productivas constituye una tendencia en sí misma positiva para la sociedad en su conjunto (algo que puede ser cuestionable para pensadores como los teóricos del decrecimiento), entonces claramente el desarrollo económico capitalista ha entrado en una contradicción al producir una clase social capaz de dar impulso a este desarrollo de las fuerzas productivas y al frenar al mismo tiempo dicho desarrollo por la voluntad económica y política de unas élites con intereses de clase particulares. Pero ya nos hemos referido a este problema, un clásico de la formulación marxista del socialismo como superación de las contradicciones del capitalismo y como liberación de las fuerzas productivas coartadas por éste.

Identificar una determinada condición de clase como la representación de la «subjetividad social del general intellect«12 parece un tanto apresurado. Marx hablaba de la inteligencia colectiva como una fuerza productiva en sí misma, pero no confundía con tanta facilidad al sujeto dedicado a esta contribución con el intelecto general, que constituye una reificación de la actividad productiva de dicho sujeto. De hecho, si en las sociedades contemporáneas la cuestión del intelecto general es un problema, ello se debe a la contradicción entre el trabajo vivo del nuevo intelectual y el trabajo muerto apropiado para fines privados de empresas y multinacionales. Es más, si empleamos el concepto «cognitivo» en el sentido amplio en que lo utiliza Berardi (o Negri en su teoría de la Multitud), entonces el problema se vislumbra con mayor claridad: la apropiación privada del trabajo vivo, anónimo, cotidiano, diario de todos los miembros de la comunidad humana que comparten lenguajes, saberes y afectos.

Berardi habla del cognitariado como una clase, el «yuppie feliz» que «ha descubierto que es un trabajador explotado»13 y al mismo tiempo «una nueva concatenación social»14 que representaría «la subjetividad social del general intellect«.15 El cognitariado se presenta como un sujeto con una agenda política propia, que Berardi trata de desgranar. Pero al mismo tiempo, es un sujeto identificado conscientemente con un proceso productivo en el que cada ser humano participa en cierto grado. Este tipo de intelectual con una agenda política tenía un nombre preciso, actualmente incómodo, en la tradición marxista-leninista: vanguardia. Pero según Berardi, el cognitariado no es una vanguardia. Tratando de evitar nominalmente el concepto gramsciano del intelectual orgánico, tratando de hallar un modo de subsumir todo el trabajo social en la categoría del cognitariado, Berardi abole la noción de una vanguardia para, en el acto de su discurso, proponer una forma nueva de vanguardismo que no toma en cuenta las alianzas de clase del nuevo agente político:

No se trata ya de construir una vanguardia subjetiva que organice el intelectual colectivo, sino de crear movimientos capaces de organizar a los trabajadores cognitivos como factor de transformación de todo el proceso de trabajo social.16

¿No hay una agenda y un partido, en esta determinada interpretación y politización del “general intellect” por un sujeto político? Si el general intellect es una fuerza productiva más, existe un salto lógico entre el ser social de este proceso de acumulación de saberes y su conversión en un activo político revolucionario, algo que en sí mismo no se deduce necesariamente de su ser de clase.17 Afirma Toni Negri que

If we decide that in the general intellect the subject is powerful because it is nomadic and autonomous; that therefore the forces of cooperation win out over those of the market; and that the teleology of the commune predominates over that of the private individual –then we will have taken an stand over the question of the body of the general intellect. It is a constitution born from the militancy of individuals constructed through immaterial and cooperative labor who have decided to live as a subversive association.18

Es extraño este pasaje en el que Toni Negri alude a una teleología intrínseca al general intellect, como si una fuerza productiva inserta en los mecanismos de explotación del capitalismo contuviera en sí los embriones del comunismo.19 En realidad, el embrión del comunismo reside en la contradicción de las fuerzas productivas con las relaciones de producción capitalistas, y en la creciente socialización de los procesos productivos que coexiste con la apropiación del producto social por una minoría de propietarios de los medios de producción. Pero en sí mismo, despolitizadas, las fuerzas productivas pueden alimentar tanto el proyecto comunista como la utopía capitalista de una economía autosuficiente sin Estado ni democracia, sin esfera política y sin organización revolucionaria. Esa es la razón por la cual Negri habla de autonomía mientras en el acto de su discurso genera partidismo militante y postula una vanguardia política autoconsciente que se arroga la representación de los intereses de clase, políticos (comunismo), de aquellos productores del general intellect.

4. División del trabajo y Sujeto de la Historia

Y es que en definitiva, esto es lo que denota el concepto de «cognitariado», una división social entre los productores de inteligencia colectiva que han sido desposeídos y los propietarios de sus medios de producción. La teoría de Berardi contempla una alianza de clase sobre la base de que los técnicos asalariados que han perdido las esperanzas y que han visto atacadas sus condiciones laborales, tienen en común con la población creadora el lenguaje, la creatividad y los afectos. Los profesionales creativos saben cómo hablar al pueblo, porque están especializados profesionalmente en la economía de los afectos y las ideas. Pero, ¿no se basa de nuevo este diagnóstico en la realidad de que en las economías capitalistas la división del trabajo intelectual/manual nunca se supera, si bien puede desplazarse? El «cognitariado» es el elemento activo que puede pretender organizar y representar al elemento «pasivo» del pueblo con el cual comparte una misma filosofía, y un semejante modo de vida: producir afectos y saberes en común. El «cognitariado» es la minoría consciente que posee el para sí de la autoconciencia del común, un segmento capaz de «recombinar» o «ensamblar elementos de conocimiento de acuerdo con un criterio distinto al del beneficio y la acumulación de valor».20

Pero ¿no fue exactamente esa la propuesta de Marx y la propuesta de los socialistas, cuya efectividad probada condujo al mayor movimiento social de la historia (el movimiento obrero) y dio impulso a las revoluciones socialistas del siglo XX? ¿Fue un error la afirmación marxiana de que la clase social más explotada encarnaba en su lucha particular los intereses de la sociedad en su conjunto?

En este principio, corremos el riesgo de abandonar la idea de la organización política, reemplazándola por la utopía abstracta del Sujeto de la historia, una categoría idealista que en su momento fue identificada también con el Proletariado. Abandonaríamos entonces el análisis materialista del modo de producción, en virtud de un retroceso a una Filosofía de la Historia, con sus categorías propias: el Sujeto y la Te(le)ología.

La historia no tiene Sujeto, aunque tiene en efecto un motor que es su causa eficiente inmanente. Para Marx, la historia es un proceso alimentado por las contradicciones violentas y por crisis de crecimiento que conducen a transformaciones del modelo productivo o modo de producción. El motor de la historia es, para Marx, la lucha de clases porque ésta actúa literalmente con un motor que convierte las contradicciones (su combustible, siempre inestable y en extremo inflamable) en movimiento. Pero como un motor, la lucha de clases puede girar en un sentido o en otro, conduciendo a un cambio social radical o a reformas que apuntalen el estado de cosas y la correlación de fuerzas vigente. El hecho del cambio histórico puede venir determinado por las acciones de un grupo consciente, aunque dicho grupo no puede calificarse de Sujeto de la historia sino de sujeto en la historia, y sus fines (su telos) consciente será sólo uno de los elementos presentes en la arena de la historia, la cual siempre es cambiante e impredecible, determinada a múltiples niveles (por la acción de las diversas esferas de la formación social capitalista) y condicionada por múltiples voluntades.

La imposibilidad de trasladar una Teleología al conjunto de una sociedad plural y compleja (atomizada social y económicamente) donde el proyecto político es de importancia relativa y se subordina a la correlación de fuerzas, nos conduce a las insuficiencias prácticas de dicho enfoque. Desfasada en lo teórico, la noción del Sujeto de la Historia sería también políticamente errónea al no tener cabida en la realidad multipolar de las sociedades actuales, que demandan un diálogo plural entre colectivos y movimientos sociales capaces de constituir un polo progresista mayoritario. Sin esta voluntad de convergencia, manteniéndonos en el espacio restringido de unos intereses particulares confundidos con los intereses de la sociedad o de una parte de ella, corremos el riesgo de perder todo potencial transformador.

Es comprensible que exista la resistencia ante la mera noción de partido, una noción demasiado a menudo confundida con las estructuras y los aparatos, con las deformaciones burocráticas de una organización social que no es (o no debe ser) otra cosa que una asociación voluntaria y reglamentada de individuos que persiguen la realización de un programa común. Es comprensible que recelen de los partidos todos aquellos conservadores que perdieron su posición privilegiada en la sociedad o sus sueños de fundar sus propias empresas. Es razonable la decepción de los progresistas que confiaron en los partidos socialdemócratas convertidos al ideario neoliberal. Es muy natural que los sectores identificados con el «cognitariado» se encuentren descontentos con su nueva posición en la sociedad, y frustrados al mismo tiempo por su incapacidad para canalizar ese descontento en organizaciones políticas o sindicales regidas por estructuras tradicionalmente adaptadas al trabajo productivo e industrial.21 Pero cuando la tradición socialista y comunista apelaba al Proletariado como un sujeto revolucionario (y en ciertos casos, minoritario), esta concepción contaba con el respaldo de un partido revolucionario de vanguardia que realizaba el trabajo de vincular todos los estratos oprimidos de la sociedad para construir el proletariado como una pluralidad múltiple.

Por eso es absurdo tomar la teoría leninista de los intelectuales y abstraerla de la preocupación más fundamental, que le da aliento: la necesidad de una política de alianzas. Lo revolucionario de la teoría leninista consistía en la idea, muy kautskiana, de los intelectuales como «insufladores» de vida política a las organizaciones obreras, que dejadas a su suerte no serían capaces de ir más allá del tradeunionismo. Ese diagnóstico estaba ya en Marx, que en Salario, precio y ganancia explicó muy bien los límites de la lucha económica y la necesidad del salto a lo político si no queríamos caer en el círculo cerrado del sindicalismo22 o, peor aún, en la anarquía de la producción capitalista. ¿No se percibe este peligro en el siguiente pasaje de Berardi?:

El programador debe hacer de programador, el médico debe hacer de médico, el bioingeniero, de bioingeniero y el arquitecto, de arquitecto, mientras que en la visión leninista cada uno de ellos debía hacer de revolucionario profesional, porque en eso consistía llevar la conciencia revolucionaria a los trabajadores desde fuera. Pero el programador, el ingeniero, el médico y el arquitecto deben ante todo reorientar su propia acción cognoscitiva, cambiando la función y la estructura de su propio campo de conocimiento y de acción productiva.23

No es cierto que Lenin pensara eso, y desde luego no es cierto que así lo piensen los marxistas. Lo que los marxistas afirman, desde Marx, es que la actividad intelectual desligada de la producción social (es decir, la figura del intelectual clásico, separado de la sociedad) era tan monstruosa como el analfabetismo del obrero no cualificado. El partido era el espacio que compensaba las carencias de unos y otros, construyendo un intelectual colectivo más perspicaz que la suma de sus componentes. Esa es la razón por la cual el programador, el ingeniero, el médico… no pueden reorientar su propia acción cognoscitiva, porque dicha acción no es propiedad suya sino que ellos son órganos de una praxis social materializada fuera de sus cabezas, una praxis que determina su propia conciencia y que no pueden transformar sin concurrir con otros sujetos sociopolíticos que tienen intereses de otra índole, aunque negociables y convergentes. ¿Puede el abogado rechazar todos los casos que le parezcan inmorales o dudosos? ¿Puede un código profesional convertirse en subversivo de la sociedad? ¿O es precisa una transformación a mayor escala para definir los marcos legales de su oficio? ¿Puede el científico seguir haciendo de científico, sin que la conciencia política (y por qué no decirlo, moral) de su práctica deba serle inculcada desde afuera?

El cognitariado precisa en efecto, como lo precisamos todos, de ese choque cognitivo con su no-yo, con otra entidad que le insufle su conciencia democrática y revolucionaria. Lo que insufla la conciencia revolucionaria a una clase social es el encuentro con su alteridad, es esa la razón por la cual el pasaje de Lenin sobre los intelectuales, fuera de contexto, resulta tan insuficiente. En la unidad de forma y materia, de intelecto y fuerza de masas, ninguno de estos elementos juega un papel activo. ¿Y si en la era digital es al revés de como Lenin parecía formularlo, y necesitamos un «partido» que conecte lo universal con lo particular en el sentido de remitir la dimensión universal de la red cognitiva a los intereses concretos de las clases populares? Si en el siglo XX la teoría revolucionaria insuflaba forma en la materia obrera, el siglo XXI parece marcado ante todo por la búsqueda de una materialidad de las formas, de una reterritorialización de todo aquello que la postmodernidad y el neoliberalismo habían desvanecido en el aire. ¿Y dónde está esa materia? En un mundo globalizado donde vuelven a proliferar las fronteras y los márgenes, donde los tiempos se desincronizan y los patrones de desarrollo económico divergen entre sí, lo Otro de la utopía neoliberal emerge por todas partes. El reto del cognitariado hoy día no es la autoorganización de la inteligencia colectiva y el desfile de las multiplicidades precarias que marchan de un modo muy distinto al modo de las marchas disciplinadas de las manifestaciones sindicales del Primero de Mayo: el reto del cognitariado es mirar a la cara a los millones de trabajadores industriales chinos, a los millones de parados, de desorganizados, a los ignorantes y a los depauperados, y saber organizar con ellos una sociedad sin clases. El reto no es marchar de otro modo en grupúsculo, ni movilizarse en paralelo con las organizaciones tradicionales. El reto es organizarnos todos de otro modo, aliarnos como agentes de la ruptura en lo que tenemos de común, planificar otro modo de vida basado en otras relaciones sociales.

La forma organizativa de ese “partido” de la mayoría donde se constituyen espacios de comunismo, donde se asignan por vías colectivas los límites y los fines externos de la ciencia y del desarrollo tecnológico, tiene un nombre: democracia. Y no hay comunismo sin una democracia real que asigne recursos y determine externamente una teleología política de las prácticas productivas (especialmente en una era preocupada por las consecuencias sociales y medioambientales de las innovaciones tecnocientíficas), convirtiendo a los productores de todas las ramas en sujetos políticos, y convirtiendo el desarrollo de las fuerzas productivas en una cuestión pública,24 no abandonada a intereses privados o particulares ni a veleidades autónomas que sin una esfera de debate público y sin instituciones pudieran redundar en la utopía liberal del beneficio privado y cortoplacista. La clase de los trabajadores cognitivos tiene mucho que aportar a este proyecto, ahora sí, por su capacidad para «recombinar» o «ensamblar elementos de conocimiento de acuerdo con un criterio distinto al del beneficio y la acumulación de valor».25 Pero el cognitariado no es el sujeto de la revolución, ni tan siquiera el embrión de la crisis del capital (una tesis obrerista izquierdista y subjetivista). Es más bien un proceso de acumulación de saberes encarnado en agentes comprometidos políticamente, donde la imaginación de modos de vida más libres se desencadena como factor revolucionario en un momento en que la esperanza del movimiento democrático y transformador ansía una respuesta y una salida a las contradicciones y a las crisis inevitables del patrón de acumulación de un modo de producción capitalista en la fase del neoliberalismo globalizado.

5. Bibliografía

Libros y artículos:

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BERARDI, FRANCO, Bifo: «Del intelectual orgánico a la formación del cognitariado», en Archipiélago, 66 (2005), pp. 57-67.

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FERNÁNDEZ STEINKO, Armando: «Los ‘nuevos autónomos’, centro del ‘capitalismo popular inmobiliario'» en Crónica popular (9/08/2012), disponible en http://www.cronicapopular.es/2012/08/los-%E2%80%9Cnuevos-autonomos%E2%80%9D-centro-del-%E2%80%9Ccapitalismo-popular-inmobiliario%E2%80%9D/

HIRST, Paul: After Thatcher, London: Collins, 1989.

IGLESIAS TURRIÓN, Pablo: “postoperaismo, fin de la teoría laboral del valor y nueva dimensión conflictiva de la clase. Apuntes y reflexiones”, en Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, nº 11 (2005.1). Disponible en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/nomadas/11/pabloiglesias.pdf (9/2013).

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Hemeroteca:

«IMF’s Lagarde dampens optimism for broad global recovery», en Euronews (19/09/2013), en http://www.euronews.com/2013/09/19/imf-s-lagarde-dampens-optimism-for-broad-global-recovery/.

Notas

1 Franco Berardi, Bifo, «Del intelectual orgánico a la formación del cognitariado», en Archipiélago, 66 (2005), p. 58.

2 Ibíd.

3 Ibíd., p. 59

4 Franco Berardi, Bifo, O. Cit., p. 59.

5 Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858, Vol. 2, México: Siglo XXI, 1972, p. 222.

6 Franco Berardi, Bifo, O. Cit., p. 62.

7 Ibíd.

8 Paul Hirst, After Thatcher, London: Collins, 1989.

9 “More and more economies were moving at different speeds, Lagarde said, suggesting a widening wealth gap in the world. “The fruits of growth are far from being shared widely,” she said ” «IMF’s Lagarde dampens optimism for broad global recovery», en Euronews (19/09/2013), en http://www.euronews.com/2013/09/19/imf-s-lagarde-dampens-optimism-for-broad-global-recovery/.

10 Paul M. Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista. Barcelona: Hacer, 2004.

11 Un capitalismo inmobiliario que en España desde el mandato de 1996 de Aznar aglutinó un bloque social hegemónico bajo la forma del «capitalismo popular inmobiliario» (Cf. Armando Fernández Steinko, «Los ‘nuevos autónomos’, centro del ‘capitalismo popular inmobiliario'» en Crónica popular (9/08/2012), disponible en http://www.cronicapopular.es/2012/08/los-%E2%80%9Cnuevos-autonomos%E2%80%9D-centro-del-%E2%80%9Ccapitalismo-popular-inmobiliario%E2%80%9D/.

12 Franco Berardi, Bifo, O. Cit., p. 61.

13 Ibíd., p. 63.

14 Ibíd., p. 61.

15 Ibíd.

16 Ibíd.

17 Como dice Poulantzas, las clases sociales no son como equipos de fútbol con números ideológicos en sus espaldas.

18 Antonio Negri, “What to Do Today with What Is to Be Done?, or Rather: The Body of the General Intellect”, en Sebastian Budgen, Stathis Kouvelakis, Slavoj Žižek (eds.), Lenin Reloaded: Toward a Politics of Truth, p. 303.

19 Como bien interpreta Pablo Iglesias a partir de la lectura del “Fragmento de las máquinas” desde el punto de vista postobrerista, “Marx aporta en estas páginas una hipótesis de emancipación diferente de las habituales. A la diagnosis del embarazo socialista del capitalismo sobre la base de la teoría del valor-trabajo (Guerrero, 1997; 24) habrá que añadir un segundo embarazo sobre la base del fin de la ley del valor, cuya “base miserable” habrá de saltar por los aires (Marx, 1972; 228 y 229)” Pablo Iglesias Turrión, “Postoperaismo, fin de la teoría laboral del valor y nueva dimensión conflictiva de la clase. Apuntes y reflexiones”, en Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, nº 11 (2005.1), p. 4, disponible en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/nomadas/11/pabloiglesias.pdf (9/2013).

20 Franco Berardi, Bifo, O. Cit., p. 61.

21 Por esa razón, la propuesta de Berardi es la de una organización de la lucha económica, una nueva forma de organización en red, en lo que verdaderamente constituye un sindicalismo de nuevo tipo, que si pierde de vista la composición de una organización plural basada en alianzas de clase, corre el peligro de caer en un corporativismo contrarrevolucionario, y en el mejor de los casos un vanguardismo.

22 “Pero, en general, son deficientes por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado” Karl Marx, “Salario, precio y ganancia”, en Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas, Vol. 1, Madrid: Akal, 1975, p. 465.

23 Franco Berardi, Bifo, O. Cit., pp. 61-62.

24 Patt Devine, Democracy and Economic Planning: The Political Economy of a Self-Governing Society, Boulder: Westview Press, 1988.

25 Franco Berardi, Bifo, O. Cit., p. 61.

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