1. Capitalismo y democracia
Durante la Guerra Fría, parecía una evidencia que el bloque capitalista encarnaba los valores democráticos y liberales. Esta identificación de democracia y capitalismo de libre mercado fue el resultado de una estrategia propagandística, poco fiel a la realidad. Y desde luego insatisfactoria para aquellos que pensamos que una democracia real va más allá de los derechos civiles o liberales, comprendiendo también derechos sociales, económicos, medioambientales, y en general una estructura de derechos que crece junto al desarrollo histórico de la sociedad y que demanda un reconocimiento jurídico.
Como hemos visto numerosas veces en la historia, el capitalismo no se doblega jamás ante la democracia, y cada vez más el desarrollo económico capitalista y la superación de sus crisis demanda la puesta entre paréntesis de derechos sociales e incluso de la propia democracia formal (fascismos, dictaduras, etc.). Y eso es exactamente lo que estamos viviendo actualmente, cuando el capital internacional impone las políticas neoliberales y las políticas de austeridad en Europa, saltándose los mecanismos de decisión democrática y sin consultar al pueblo.
2. Qué nos dicen los clásicos acerca del Estado burgués
Dice Lenin:
El Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.[1]
El Estado es una máquina: su producto es la dominación de una clase sobre otra, pero sus condiciones materiales (su combustible) son las contradicciones de clase irreconciliables. El Estado surge de la sociedad, pero separado de ella, ejerciendo la fuerza sobre ella; esa fuerza consiste principalmente, como decía Lenin, en «destacamentos especiales de hombres armados, que disponen de cárceles y otros elementos»[2].
En una sociedad desigualitaria atravesada por una lucha de clases, la clase dominante afianza su poder de clase por dos procedimientos:
- Por la pura y dura represión, que ejerce principalmente por medio del aparato represivo de Estado, ejecutor de la violencia legítima.
- Por medio de los aparatos que reproducen una ideología dominante, la cual les legitima, en última instancia, en su posición de poder de clase. La ideología dominante se reproduce por medio de aparatos ideológicos estatales, paraestatales o privados.
3. Democracia y socialismo
¿Cómo podemos combatir esto? En la Crítica del programa de Gotha, escrita al calor de los acontecimientos de la Comuna de París, Marx desarrollará su idea del socialismo: una etapa de transición en la cual los medios de producción son propiedad estatal, y el aparato del Estado pasaría a manos de la mayoría social, es decir, a manos de la clase trabajadora. Este ejercicio del poder del Estado por “los de abajo” o por el “90%”, supone la disolución del propio Estado, pues por definición el Estado es el instrumento que defiende los privilegios de una minoría de grandes propietarios.
Ahora bien, si el Estado es un medio y no un fin en sí mismo, el propósito de un socialista no es la “toma” del poder del Estado, sino la construcción de poder popular, para lo cual el Estado es sólo uno de los medios, una fortaleza poderosa que puede ser asediada por las organizaciones de los trabajadores y desde las posiciones sociales conquistadas por la clase trabajadora.
Lo que quiero destacar aquí es que por un lado el Estado burgués en su forma burguesa no nos vale, y que por otro lado ni siquiera ese Estado burgués se puede tomar si antes no se ha construido una base social de poder popular.
“Democracia” es el concepto clave que vincula, precisamente, ambas estrategias. Una democracia plena subvierte el funcionamiento normal (represivo) del Estado burgués, y al mismo tiempo las islas de democracia sirven al propósito de construir un sujeto revolucionario autónomo.
La democracia participativa supera las dinámicas representante-representado, y contribuye a la creación de un verdadero poder popular, evitando formas de vanguardismo que desactivarían la participación de las masas en la política.
La democracia participativa, en su ejercicio concreto, contribuye a la construcción del sujeto político, autodisciplinado (una disciplina no burguesa), responsable de su propio destino. No es un sujeto creado cuando tomemos el poder (o cuando la vanguardia tome el poder). Es un sujeto que se va creando conforme se organiza, que aplica estas herramientas para dar forma a su propio Estado, al Estado de las mayorías.
La democracia participativa no sólo debería crear poder popular organizando a la clase, también debería crear relaciones sociales de otro tipo, embrión de relaciones de producción socialistas. Permitiría una forma de Estado como una democracia que empieza a dejar de funcionar al modo burgués. Y por eso, la lucha por una democracia republicana no sólo sirve a la acumulación de fuerzas, sino que también toca de raíz la naturaleza represiva del Estado burgués.
[1] V. I. Lenin, «El Estado y la revolución», en Obras escogidas en tres tomos, t. 2, p. 298.
[2] Ibid, p.
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