El texto que mencionábamos en el post anterior se fundamenta en una serie de principios teóricos compartidos desde los estudios de Paul M. Sweezy sobre el capitalismo monopolista. Encontramos una síntesis de su postura en un texto tardío titulado “More (or less) on Globalization” y publicado en la Monthly Review 49, nº 4 (septiembre 1997).
En este breve texto, Sweezy comienza caracterizando la globalización como un proceso fundamentado en la esencia del capitalismo como sistema expansivo tanto interna como externamente. El análisis clásico de esta doble expansión se encontraría, como afirma Sweezy, en El capital. Pero Marx nunca pudo plantearse la cuestión de cómo sería un sistema capitalista plenamente globalizado, ni su viabilidad en ausencia de espacios no-capitalistas hacia los cuales expandirse. Es decir, no pudo siquiera preguntarse si el capitalismo podría sobrevivir como sistema mundial, sólo por medio de una expansión interna.
Este es un problema que quedó para los sucesores de Marx. Rosa Luxemburg planteó, en La acumulación de capital, que el capitalismo ha existido, y sólo podría existir, expandiéndose hacia el espacio no-capitalista. Su respuesta era por tanto que el agotamiento de ese espacio conduciría a una crisis sin salida. Por su parte, Lenin (en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo) no se centró en la consideración del capitalismo como un todo, sino en el capitalismo como una colección de unidades en las cuales las más fuertes compiten entre sí por el control de las más débiles. Esta lucha tendería a debilitar el sistema capitalista en general, y abriría la vía a iniciativas revolucionarias, como la revolución rusa, que pondrían en riesgo la viabilidad y continuidad del capitalismo. El sistema, sin embargo, se recuperó y pronto las potencias imperialistas retomaron sus luchas, complicadas ahora por la presencia de un contrapoder no capitalista. Esta lucha renovada alcanza su clímax con la Segunda Guerra Mundial, y una nueva oleada de revoluciones, en especial en China, y la división del mundo en dos bloques.
La Guerra Fría concluiría con la restauración y triunfo del capitalismo en una escala verdaderamente global, pero este no fue el resultado de un proceso suave de expansión capitalista dentro de o más allá de sus límites tradicionales, sino un proceso violento, incompleto, donde quedan zonas en países anteriormente no capitalistas donde el capitalismo se ha implantado y proclamado, pero que no garantizan un desarrollo de éste en un sentido “normal”. Más aún, se han producido transformaciones del capitalismo tal como ha madurado en sus núcleos tradicionales (EEUU, la Unión Europea, Japón) que presenta cuestiones serias sobre qué implica la expansión continuada del capitalismo en el periodo posterior a la Guerra Fría.
Lo que Sweezy plantea aquí son tres tendencias principales, subyacentes en el periodo que comienza con la recesión de 1974-75:
- La ralentización de la tasa de crecimiento.
- La proliferación global de corporaciones multinacionales monopolistas (u oligopolios).
- La “financiarización” del proceso de acumulación de capital.
Por supuesto, ha sido este un periodo de globalización rápida, impulsada por las mejoras en los medios de transporte y comunicación; pero estas tendencias no son causadas o generadas por la globalización, sino que las tres pueden ligarse a cambios internos al proceso de acumulación de capital, el inicio del cual se remonta unos cien años hasta la concentración y centralización que caracterizó al siglo XIX y principios del XX y marcó la transición desde el capitalismo competitivo inicial al capitalismo monopolista tardío. Interrumpido por la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias, el impacto de esta transición golpeó con toda su fuerza en la Gran Depresión de los años 30, tras la cual no hubo una recuperación espontánea y que proporciona fuertes evidencias de constituir el comienzo de un periodo prolongado de estancamiento y declinar. De nuevo una guerra mundial vino a sacar al mundo de esta situación, junto con la subsiguiente guerra fría, produciendo lo que se ha conocido como la “edad dorada del capitalismo” (1950-70), que acaba con la recesión de 1974-75 y es seguida de una intensificación de las tendencias que caracterizan el cambio de siglo: crecimiento ralentizado, creciente monopolización, y financiarización del proceso de acumulación.
Estas tres tendencias se encuentran muy relacionadas. La monopolización tiene consecuencias contradictorias: por un lado genera un abultado flujo de ingresos, por otro lado reduce la demanda para subsiguiente inversión. El incremento de beneficios y la falta de incentivos para invertir en oportunidades de negocios menos lucrativas, es una receta segura para la ralentización de la acumulación de capital, y por consiguiente del crecimiento económico.
Lo dicho describe lo que sucedió en la década de 1920, caracterizada por un incremento de la capacidad productiva infrautilizada, la tendencia a un incremento de beneficios que no encuentran negocio en la formación de capital real y que se destinan a vías puramente financieras y mayormente especulativas. De ahí el espectacular boom del mercado de valores, y el crash subsiguiente. El mismo doble proceso reapareció en la “era dorada” y ha persistido, con intensidad creciente, hasta el presente.
Todo esto tiene lugar ciertamente en un contexto de continuada globalización, pero la globalización no es en sí una fuerza rectora. Sigue siendo lo que ha sido históricamente en el periodo moderno: el proceso de acumulación de capital, siempre expansivo y a menudo explosivo.
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