«Post-verdad» como ideología

«Postverdad» ha sido la palabra del año 2016. Pero su celebridad debería ponernos alerta. ¿Y si este concepto, que se emplea para denunciar la irracionalidad creciente de la ciudadanía en un mundo convulso, sirviera en realidad para encubrir el temor al cambio en los centros de poder y en los medios de la ideología dominante? ¿Y si el concepto de «post-verdad» fuera, en sí mismo, «post-verdadero»? ¿Y si se tratara, más bien, de una reacción ante un mundo que demanda crecientemente abrir debates acerca de qué definimos como lo verdadero? Si no contestamos a estas preguntas, y lo atribuimos todo a la irracionalidad de la gente, nos arriesgamos a que cambios históricos mucho más dramáticos nos pasen a todos por encima.

El concepto de «postverdad» aparece en los años 90, y reaparece ocasionalmente en algunos trabajos posteriores a esa fecha.1 En un artículo de 2010, David Roberts afirma que en un contexto donde los votantes se hallan menos informados acerca de la política que acerca de equipos de baseball o del programa American Idol, sus decisiones son más especulativas que lógicas.2 Por ello concluye que vivimos en una era de política post-verdad, donde la contienda política, mediada por la opinión pública y por las narrativas construidas por los medios de comunicación, se halla completamente desconectada de la política como gestión de los asuntos públicos, esto es, del gobierno y del poder legislativo.3 En otras palabras, lo definitorio del concepto de postverdad es la distancia cada vez mayor entre el discurso político y los hechos: lo político no se atiene ya a la verdad objetiva, y se apoya más bien en las creencias individuales y en impulsos emocionales e irracionales.

El concepto de postverdad ha sido un recurso muy oportuno de los medios de comunicación para teorizar los inesperados acontecimientos de este pasado 2016, desde el Brexit a la victoria de Donald Trump. El vocablo se pone de nuevo en el mapa mediático a raíz especialmente de un editorial de The Economist (la revista de la burguesía financiera, como la definía Marx), acerca de la victoria de Donald Trump: «Donald Trump es el máximo exponente de la política ‘posverdad’, –una confianza en afirmaciones que se ‘sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad”.4 No es casual que sea un medio conservador, partidario furibundo del neoliberalismo, el que se alarme por esta irrupción de las pasiones y de las creencias individuales en el terreno político: ¿qué creen que hacen esos votantes que se sitúan fuera del marco establecido, que se empeñan en votar lo imposible y lo inimaginable dentro de la norma, de las coordenadas ideológicas establecidas?

¿Por qué resulta tan llamativo este concepto para los medios de comunicación? Según estos, en un alarde de honestidad muy sorprendente en estos tiempos donde tantas legítimas dudas nos asaltan acerca de la neutralidad de los mismos, la opinión pública se ha rebelado contra el sentido común, optando en sus decisiones políticas (básicamente, cuando votan) por la guía de «la emoción, la creencia o la superstición».5 Es muy curioso que sean los medios de comunicación actuales, cuyos contenidos y formatos se hallan en una crisis que los acerca más a la tertulia rosa que al debate serio y de fondo, que por tanto son los más responsables de conformar el marco ideológico de la ciudadanía, quienes se alarmen por esta irracionalidad de la misma.

El concepto de «postverdad» es un pseudo-concepto. No es un concepto real, porque no explica nada. ¿Acaso las posturas políticas de The Economist pueden arrogarse el derecho de la objetividad? ¿Acaso los editorialistas de El País se encuentran más cerca de la verdad que los políticos «populistas» o los ciudadanos «irresponsables»? El concepto de post-verdad realmente denota una reacción ideológica a lo otro. Una reacción defensiva que protege las propias certezas, ante un mundo cada vez más plural, donde las certezas desaparecen y resurgen posiciones ideológicas que discuten (de un lado o de otro) la norma establecida. Se trata de una denegación, porque la ideología hegemónica desde la última década del siglo XX es que no hay alternativas a la política neoliberal, al pensamiento único. Que la historia terminó, como afirmaba Francis Fukuyama en un libro que hubiera indignado a Hegel, con la caída del muro de Berlín. Cuando aparecen alternativas ideológicas que discuten la norma, lo hagan desde el populismo de derechas o desde la izquierda, el concepto de post-verdad no sirve para explicar nada. Más bien constituye en sí una posición «post-verdad», por expresarlo en sus propios términos. Es decir, representa una respuesta emocional de terror, por parte de aquellos que se encuentran demasiado cómodos en la ideología neoliberal hegemónica, ante la posibilidad de que reaparezca la política. Porque la política no es gestión o administración, no es el día a día de las políticas públicas y de la legislación (como piensa David Roberts en el artículo que comentábamos arriba). Es también definir modelos ideológicos, gestionar la pluralidad ideológica, y plantear todos aquellos grandes debates acerca de qué sistema económico y qué modelo político queremos. Los estallidos irracionales que son desdeñados como «políticas post-verdad» por la ideología dominante en los medios, son un mero síntoma de este cuestionamiento del orden general de las cosas. Pero el propio concepto de «post-verdad» no es siquiera un síntoma, es una denegación compulsiva de quienes no quieren afrontar, precisamente, la verdad. Porque la política tiene que ver con la verdad, pero no únicamente con la verdad fáctica, también con qué entendemos, en los términos de los grandes clásicos de la historia de la Filosofía política, por Verdadero, Bueno o Justo.

NOTAS

2«First: voters don’t generally know much about politics or policy. They have things they do know a lot about (American Idol, baseball teams, accounting software, scrapbooking), but for most voters, politics and policy aren’t among them. Voters use crude heuristics to assess legislative proposals» (David Roberts, «Post-Truth politics», en Grist (1/04/2010), disponible online en http://grist.org/article/2010-03-30-post-truth-politics/).

3«We live in post-truth politics: a political culture in which politics (public opinion and media narratives) have become almost entirely disconnected from policy (the substance of legislation).» (Ibíd)

4 Mr Trump is the leading exponent of “post-truth” politics—a reliance on assertions that “feel true” but have no basis in fact.» («Art of the lie», editorial de The Economist (10/09/2016), disponible online en http://www.economist.com/news/leaders/21706525-politicians-have-always-lied-does-it-matter-if-they-leave-truth-behind-entirely-art ).

5Rubén Amón, «‘Posverdad’, palabra del año», en El País (17/11/2016), disponible online en http://internacional.elpais.com/internacional/2016/11/16/actualidad/1479316268_308549.html

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