El candor de Tomás de Aquino (algunas notas sobre Chesterton)

el-candor-del-padre-brown-g-k-chesterton-bruguera-2198-MLA4783418569_082013-F.jpgEn su imprescindible saga del padre Brown, G. K. Chesterton prueba una evidencia que conviene recordar en los actuales tiempos en que, parafraseando la falsa cita de Dostoyevski (popularizada por primera vez por Sartre), la muerte de Dios nos convence de que todo está permitido. El muy tradicionalista y reaccionario Chesterton no duda en ningún momento de que el católico deba mancharse las manos con el mundo real y concreto, consecuentemente con su compromiso con el ideal moral. El católico de Chesterton no es para nada el trasmundano que desprecia la vida, como Nietzsche ha dado por sentado desde el relativismo y desde la doctrina de la voluntad de poder. Por consiguiente, de nuevo, tomarse en serio a los conservadores inteligentes nos permite entender el mundo en que vivimos, mejor que la autosuficiencia moral de post-ilustrados cínicos en que nos hallamos instalados últimamente.

En el relato «La cruz azul», el padre Brown acompaña al ladrón que se ha disfrazado de clérigo para sustraer el valioso objeto. En un momento dado, Brown escucha decir al ladrón lo siguiente:

-Sí, estos infieles modernos apelan a la razón, pero ¿cómo contemplar esos millones de mundos sin sentir que puede haber universos maravillosos sobre nosotros en los que la razón sea totalmente irrazonable?

A lo que nuestro curita católico responde con firmeza:

…la razón es siempre razonable, incluso en el último limbo o en la frontera más remota. Sé que la gente acusana la Iglesia de quitarle importancia a la razón, pero es justo al revés. La Iglesia esla única en la Tierra que concede a la razón un papel supremo. La única de toda la Tierra que afirma que el mismísimo Dios está limitado por la razón.

La afirmación resulta escandalosa para nosotros. Para comprenderla, es necesario revisitar la teoría de Tomás de Aquino, uno de los mayores intelectuales de Occidente, culminador de la monumental tarea de síntesis intelectual iniciada con Alberto Magno: la unificación del dogma cristiano con la filosofía aristotélica. No hay exageración alguna en calificar de brillante el logro de conciliar el creacionismo cristiano con una cosmovisión griega que dio por hecho la eternidad del mundo, y no es casual que aun a día de hoy el tomismo siga siendo la filosofía oficial de la Iglesia católica.

Como indica correctamente Copleston, siguiendo en esto a Gilson, «el problema para santo Tomás no fue el de cómo introducir la filosofía en la teología sin corromper la esencia y naturaleza de la filosofía, sino el de cómo introducir la filosofía sin corromper la esencia y naturaleza de la teología» (Copleston, Historia de la filosofía, tomo 2, p. 302). Aquino lo hace desde un punto de partida escandaloso: abrazando la filosofía realista aristotélica, un realismo que tiene su punto de partida en la existencia, en lo real y concreto. Así, redefine el objeto de la metafísica, que ya no será la doctrina del ser sino la explicación de lo existente, lidiando «tanto con aquello que tiene existencia como algo derivado, recibido, como con aquello que no recibe la existencia, sino que es existencia» (Copleston, p. 303). Como afirma Copleston más adelante, Dios no es mero pensamiento, ni es una entidad únicamente moral (bondad), sino que es existencia.

Mientras que hoy, como decía Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire y vivimos en una existencia cotidiana mediada por abstracciones (el valor de las mercancías como mediador universal, por no hablar de la creciente virtualización de las relaciones sociales en la era digital), el mundo medieval es abigarrado y muy concreto: las verdades morales tienen una existencia material, concreta, y son objetivas porque el orden de las cosas no es un capricho de una o múltiples deidades paganas, arbitrarias y antropomorfizadas. A diferencia de Agustín de Hipona, Tomás no parte de la subjetividad para alcanzar dichas verdades, sino de la más pura objetividad. Así lo hace con sus cinco vías para probar la existencia de Dios, donde parte de las cosas mismas para probar un orden y una estructura de la realidad tras los cuales se halla el Creador.

La finalidad en el programa de Aquino es sin embargo moral, ya que se pretende conciliar la filosofía con la fe sin sacrificar nada de la doctrina cristiana. Así, la razón natural se halla al servicio de un imperativo de orden moral, lo que desemboca por una pendiente suave hasta el puro misticismo. Pero en cualquier caso, la diferencia entre las verdades de la razón y de la teología tienen que ver con el método y los instrumentos, no con el objeto material. O mejor dicho, la diferencia no es en tanto verdades materiales, sino formales (Copleston, p. 308). «una misma verdad puede ser enunciada por el teólogo y el filósofo» (p. 308), enfatizando aquí el hecho de la unicidad de la verdad y por consiguiente de la razón. Es por ese motivo que el padre Brown desenmascara al criminal y falso sacerdote, no por ninguna flaqueza moral ni por su dudosa subjetividad, sino porque en sus opiniones atacó la razón, y ello es mala teología.

El problema profundo del catolicismo no es su irracionalidad, ni que anteponga la fe a la razón. Todo lo contrario, el problema fue la conexión demasiado firme entre razón y fe. Por ese motivo, Galileo no chocó con la Iglesia por cuestionar la fe cristiana, sino por socavar los principios de la física aristotélica. Tomás de Aquino puso la religión a la altura de su tiempo al dotarla de una base intelectual que en su momento era puntera. Pero lo hizo tan bien, que cuando Aristóteles cayó en desgracia entonces el dogma tuvo también serios problemas.

En fin, la pregunta relevante para nosotros es: ¿podemos aprender algo de una filosofía premoderna, valiosa en sí misma pero también y sobre todo de un valor instrumental para la teología, en estos tiempos postilustrados? En su obra, Chesterton nos traslada una convicción interesante: el padre Brown no es un meapilas que rehuya la realidad desagradable del mundo, santiguándose cada vez que escucha a alguien diciendo tacos. Su sagacidad no es la del cínico que viene de vuelta de todo porque todo lo ha vivido y para él resulta ya indiferente (la indiferencia tras una experiencia real o virtual del mundo demasiado intensa es, desgraciadamente, uno de nuestros males conteporáneos). Su conocimiento del mundo no procede de la experiencia sino de largas décadas en el confesionario escuchando los pecados humanos. Sin embargo, como decía un buen amigo mío, la experiencia es para los que no son suficientemente inteligentes como para aprender sin ella. El anticapitalismo de Chesterton (que también era un antisocialista) queda patente en la obra del padre Brown, donde el mundo es escrutado de la única manera que puede hacerse: desde el punto de vista de la investigación criminal. Tras la aparente normalidad que reina nuestras vidas, donde todas las vivencias y todos los placeres o displaceres nos parecen contingentes e intercambiables (donde todo lo sólido se desvanece en el aire de la experiencia virtual en un mundo sin experiencias concretas y plenas), es preciso que alguien con firmes convicciones sobre la naturaleza del ser necesario destape nuestra conformista existencia. Heidegger decía que el problema con la técnica moderna no era la amenaza que suponía para la integridad humana (con el horizonte de la bomba nuclear bien presente), sino peor aún, que suponía un modo de existencia donde «todo funciona» y donde por tanto algo esencial de la experiencia humana se perdía. La normalidad en la que estamos instalados, demasiado evidente para ser cierta, es un crimen cotidiano y soterrado. Contra esto, la perspectiva de Brown no es la del santurrón bonachón que elude los problemas, sino la del militante que es consciente de una verdad que no sólo es de orden moral sino ante todo ontológico.

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