La tentación ultractivista

Cuando el caos llama a la puerta, es muy grande la tentación del heroísmo. A veces, actuar es una tentación inútil. Uno actúa para conservar lo mucho o poco que tenga, o actúa para conquistar lo que le han arrebatado. Uno actúa por sus intereses personales, por sus egos, o por su conciencia social y su conciencia de clase. Pero cuando los motivos son moralmente nobles (y la política precisamente, que va de intereses de clase, no es un asunto de virtud moral salvo para la adolescencia y para los adolescentes tardíos), también en esos casos hay un abismo entre decidir obrar o tomarse un respiro, un respiro previo, seguramente, a volver a saltar.

El ultraactivismo es a menudo el enemigo mayor de la inteligencia política, porque obstaculiza la formación, la preparación intelectual pero también emocional que se necesita para articular un colectivo con vistas a un fin. No son pocos los que, en lugar de crecer y aprender a gestionar sus pasiones, se dejan dominar por ellas en el espacio colectivo. Pero no era a eso a lo que veníamos. Preguntarse esto, ¿es un ejercicio de activismo en sí mismo? ¿Una demanda de pausar, o mejor aún, de racionalizar los ritmos de un activismo que a menudo devora a sus propios hijos? Es tal vez una versión refinada de ese viejo truco de político retorcido: «me voy» o «ya paro», como excusa para volver más fuerte haciendo lo que te da la gana. No se trata de eso, no se trata de irse, sino de organizar. A veces pienso que la militancia, igual que tiene mínimos de compromiso, debería exigir máximos. Usted no pude estar en tres espacios, a menos que su ambición lo lleve a querer comérselo todo. Quédese un rato en casa, tómese un tiempo, lea un libro. Son muchas las veces que, cansado, uno solamente desea saltarse todas las reuniones, apagar el teléfono, meterse en la cama y estudiar las lecciones de los clásicos, que en ciertos aspectos entendieron mejor que muchos de nosotros lo que era la vida. Se suele pensar que esa fantasía es antipolítica. Yo creo que es política en grado sumo. No estamos en la política para satisfacer nuestro hambre, físico o moral; no estamos para malearnos, para alimentar nuestras pasiones negativas, nuestro odio, nuestra esperanza o nuestros miedos. Estamos para comprender la realidad y para construir y aplicar una interpretación del mundo. Por eso para cambiar el mundo quisiera, a veces, perderme con una biblioteca en una isla desierta.

Categorías: Política

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