Apenas ha comenzado el curso político, que realmente tiene su pistoletazo de salida en las elecciones gallegas y vascas de ayer. Y en este comienzo de curso hay al menos varios hechos probados. El primero, es que ninguna organización política ha desaparecido del escenario ni se ha disuelto en nada. Las mías (que milito en IU y en el PCE), desde luego, no lo han hecho. De modo que hay que cambiar el chip de algunas cabezas, y ponerse un poco las pilas desde el supuesto de que el colectivo político que componemos puede que se transforme en el medio plazo para dar lugar a otra cosa (lo que es deseable), pero desde luego no va a disolverse, desaparecer ni diluirse en nada radicalmente distinto de lo que somos ahora. Y desde luego, la melancolía identitaria no puede ser excusa para la pereza intelectual ni para la queja permanente. El segundo, es que estamos, como mínimo, en paréntesis electoral. Lo que significa que es el momento idóneo para evaluar, para reorganizarse y para poner el foco en lo social y en la calle, que es el marco propio donde se debe desenvolver el trabajo de una organización social y política que no se limita a lo electoral. Sobre la base de estos dos hechos, quiero aprovechar para desarrollar varias tesis orientadas a ir animando el ritmo de trabajo para un respiro electoral.
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DEMOCRACIA INTERNA, FORMACIÓN Y ORGANICIDAD. Necesitamos profundizar en la incorporación de activos en la toma de decisiones. Una organización política rupturista y transformadora se basa redes de activistas y de militantes que dan su tiempo y su capacidad de trabajo de manera altruista y voluntaria. Por ese motivo, es tan importante desterrar la falsa asociación de lo «militante» con lo «militar», con las rígidas cadenas de mando y con las órdenes desde arriba. Las «bases» (por emplear la terminología partidista clásica, que debemos ir revisando en estos tiempos de transformación interna de los movimientos políticos) son el espacio en el que se apoya toda la estructura, y es preciso saber cómo deben empoderarse y cómo deben participar activamente en la toma de decisiones, tanto en la definición de líneas políticas generales como en la gestión del día a día en su ámbito más inmediato. Y este día a día precisa dotar a todos los niveles de métodos de participación democrática, convertir las asambleas, los grupos sectoriales y los órganos en espacios de trabajo y no tanto en foros de debate. Hacen falta, por tanto, menos discursos y más pizarras. Menos tribunos y más coordinadores. Para que funcione esta democracia a todos los niveles, sin disgregar el espacio político en «reinos de taifas», lo que se necesita es ante todo formación y organicidad, esto es, conocimiento de cuáles son las competencias de cada órgano, de la estructura general de la organización, de los tiempos en la toma de decisiones, y ante todo de dónde se toman las mismas y de cuáles son los acuerdos tomados, a los cuales nos debemos como un todo (el viejo «centralismo democrático» de las organizaciones leninistas, que debe entenderse siempre como un «todos a una» con las decisiones tomadas de manera mayoritaria en el espacio donde corresponde tomar dicha decisión). Para esto, por tanto, deben reforzarse las secretarías de formación para dotar a cada participante de herramientas metodológicas y de un conocimiento actualizado tanto de la línea política como de la estructura orgánica. Esto es especialmente relevante cuando se dan cambios en la constitución de órganos, y nos encontramos con puestos de responsabilidad asumidos por personas que no han recibido los mínimos de formación necesarios.
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PLANIFICACIÓN CREATIVA Y EVALUACIÓN. Una organización bien estructurada y con músculo organizativo, es aquella en la cual se tiene siempre presente la planificación y la evaluación, a todos los niveles y con vistas al corto, medio y largo plazo. ¿Qué vamos a hacer? ¿Hemos cumplido las expectativas? ¿Qué funciona y qué está fallando? Para ello, a todos los niveles hay que asegurarse de que se aplica un plan de acción general, el cual se concreta y desarrolla de manera creativa para cada sector y para cada territorio. No basta con decir que en nuestra Asamblea de ciudad, por ejemplo, vamos a repartir folletos en determinados barrios y vamos a poner mesas informativas para visibilizar una campaña federal; sino que tendremos que detallar con qué ámbitos vamos a buscar alianzas (y de qué tipo serán), en qué espacios vamos a concretar esas alianzas, cómo vamos a concretar nuestro discurso en el territorio, cómo vamos a responsabilizar en la planificación y evaluación de dicha campaña a los cuadros que tenemos especializados en este tema, y cómo vamos a emplear la campaña para crear cuadros con experiencia y para atraer y ampliar nuestra base y nuestra red de colaboradores.
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PRIORIDADES Y CAMPAÑAS. Una organización, pues, trabaja siempre con la vista puesta en un plan de trabajo, pero ese plan de trabajo no puede limitarse a gestionar de manera mecánica lo interno, sino que se plasma en actuaciones las cuales deben estructurarse en torno a las campañas. Las campañas sirven para coordinar todos los niveles de la organización con vistas a actuaciones específicas. Ponen en marcha cada nivel de la organización, y lo hacen focalizando las energías en un punto clave, en torno a una prioridad política, cuya definición es el centro de cualquier plan de trabajo. Por ese motivo, existen campañas en cada nivel y cada sector: una asamblea de barrio puede lanzar su propia campaña, por ejemplo en contra de la cesión a una entidad privada de un espacio de uso público. Después de esto, evaluará dicha campaña, y valorará si ha sido un acierto centrar su trabajo de manera prioritaria en este conflicto. Al mismo tiempo, la asamblea de ciudad coordinada con el grupo municipal puede organizar su trabajo en torno a la centralidad de un conflicto relativo a la municipalización de la empresa de limpieza, un conflicto que afecta al municipio en su totalidad.
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CONTRAPESAR LO ELECTORAL. Las campañas electorales son sólo un tipo de campaña, importante pero no la única. Por su carácter cíclico, previsible y calendarizado, determinan a menudo los ritmos y las prioridades de toda organización socio-política. Por ello hay que saber cómo funcionan, para preverlas y para integrarlas de manera productiva en la vida de una organización que quiera ser más que una mera máquina electoral. En mi opinión, sería un autoengaño negar que, en periodos electorales, las campañas electorales son prioritarias. Pero en una organización de izquierda transformadora, debe trabajarse con vistas al largo plazo, integrando lo electoral en el ciclo vital de la organización. Las políticas de convergencia son un claro ejemplo de esto: debe afrontarse cualquier ciclo electoral valorando qué alianzas y convergencias se producirán, y cómo la organización saldrá reforzada de las mismas por medio de la formación de cuadros y de incoporación de activos. En términos militares (que son muy vistosos, pero como dije antes no se debe abusar de ellos), cualquier campaña electoral debe llevarse a cabo con la vista puesta en la relación de la vanguardia y la retaguardia: si se ponen todas las energías en lo electoral pero esto no revierte en la organización, se concluirá los procesos con un debilitamiento. Por ello, a la hora de planificar los ciclos electorales, debe preverse cómo se implica cada nivel de la organización (cómo se activa el trabajo sectorial para la elaboración programática, cómo se activan los barrios para poner al día el contacto con las asociaciones y con los conflictos, cómo se dinamiza la organización y el grupo institucional para hacer recapitulación del trabajo cotidiano, y repasar los contactos con todos aquellos agentes con los cuales se ha venido trabajando y tejiendo alianzas). Y también deben preverse los momentos de tensión y potenciales crisis: los procesos de primarias, donde, puesto que muchas personas tienen sus legítimos corazoncitos, siempre habrá heridas que cicatrizar y personas que incorporar de otro modo al proyecto; los procesos de coalición, si los hubiere, donde pudieran darse desplazamientos en puestos de salida (en este punto entra la valoración de si es mejor incorporar estas alianzas electorales a través de las propias primarias).
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COMPROMETERSE, ESTUDIAR, INVENTAR. Finalmente, toda organización debe aprender que el libro de reglas no está escrito, pero los Estatutos sí lo están. Esto quiere decir que un compromiso orgánico se da a partir de unas reglas y unos mecanismos que es vital conocer, pero que más allá de estos mínimos, es indispensable la creatividad y la inventiva para no ser una máquina burocrática y saber adaptarse a lo cambiante de cada contexto y de cada situación. Militante es alguien que estudia, que escribe para ordenar sus propias ideas, que trata a sus compañeras y compañeros con amabilidad, que se abre el mundo con corazón y con empatía para entender los problemas de su entorno y de su realidad. Es alguien que se interroga todo el tiempo por su propia salud mental, porque sabe que las organizaciones son un foco de locura que devora la vida personal y profesional. Y en definitiva, que es de lo que debe tratar todo esto (porque no era mi intención escribir aquí un manual de uso interno de nada), es alguien que sabe que no estamos en un equipo de fútbol para defender unos colores, por mucho que valoremos su historia y sus ideas, sino en una organización que se mide a través de resultados políticos. Muchas veces he visto hacer valoraciones sobre resultados electorales más o menos buenos, como si esos resultados fueran algo que cae del cielo, y sin relacionarlos con las preguntas más fundamentales: ¿Cómo se ha planificado el curso político previo? ¿Cuál ha sido el nivel de implicación de la gente? ¿Cuál ha sido el balance del trabajo de las personas con responsabilidades? Y ante todo, ¿cuál ha sido mi implicación, en el ámbito que me compete?
Estas aportaciones, como siempre, tienen un carácter de tesis provisionales, porque es mucho lo que debe desarrollarse y, posiblemente, mucho lo que aquí es matizable y opinable. De modo que siéntanse libres de hacer aportaciones en los comentarios.
Categorías: Política