Estrategia electoral y presencia en movimientos sociales. Aportación a la Tribuna Abierta del PCA (aquí).
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Actualmente estamos inmersos en un debate preparatorio para la XI Asamblea de Izquierda Unida, que debería ser una verdadera asamblea de refundación para un movimiento social y político real y pujante. Muchos diagnósticos coinciden en denunciar la deriva de IU hacia un partido político al uso; aunque los militantes de IU han estado en cada conflicto y en cada movilización, la propia IU no ha funcionado como un movimiento, y ha primado el interés electoral sobre la intervención organizada en el espacio social (esto es, sobre lo que Gramsci llamaba «construcción de hegemonía»). Coincido con este análisis, y entiendo que el PCE ha reconocido esta falla (y se ha posicionado en los debates internos contrario a aquellos intentos de convertir a IU en un partido político). Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. IU ha sido un proyecto del PCE, y en algunas federaciones la militancia del PCE ha sido mayoritaria en los órganos de IU. Cabe salvar el honor del Partido y achacar los males de IU a la IU misma, o cabe intentar que el proceso de profunda transformación interna de IU que necesitamos en esta XI Asamblea vaya en paralelo con una reforma del propio PCE.
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La estructura actual del PCE está orientada a hacer seguimiento del trabajo en las asambleas de Izquierda Unida. Es una estrategia volcada en IU como su proyecto en lo electoral, y que comparte por consiguiente los mismos defectos de la organización territorial en IU (orientada exclusivamente hacia la contienda electoral, con un modelo de militancia laxo y poca incidencia en el conflicto social). Esto se debe transformar en paralelo con la transformación de IU en un espacio más sectorializado. Algo que, por cierto, no se conseguirá mientras los procesos de confluencia que amplíen el proyecto (o lo trasciendan) se queden en lo electoral.
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Ahora bien, la conceptualización de IU como frente electoral ha generado también en el PCE la reacción inversa, de querer potenciar el Partido como agente de intervención social. Esto no se ha hecho de forma organizada, trabajando, desde el debate previo y la formación, la intervención de los comunistas en los espacios sociales (no existe un espacio permanente para trabajar esto: recordemos que la militancia se organiza en agrupaciones de base con carácter territorial, lo que impide este trabajo en profundidad sobre frentes y sectores específicos). Y sobre todo, ha tomado en ciertos casos el cariz de una huída y un refugio ideológico, frente al «electoralismo» excesivo que se interpretaba en IU. Al final, me da la impresión de que la imagen autocomplaciente de una IU electoralista pero un PCE en la sociedad se ha retroalimentado; ambas tendencias, aparentemente opuestas, son complementarias de lo mismo, de una insuficiencia de un extremo a otro de las militancias, cuando la vía debíera ser la de aprovechar los impulsos de todas y todos para una misma estrategia coherente.
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El Partido debería ser una estructura ágil y cercana, participativa, y no un Sujeto (con mayúsculas) imponente, histórico y dotado de una autoridad sobrehumana. Los secretarios del Partido a todos los niveles no deberían estar para imponer mecánicamente la línea del Partido (los acuerdos que llegan «de arriba»), sino ante todo para recoger el sentir de la militancia, sistematizarlo, y elevarlo a la vez que destina estas energías a aplicar de forma creativa los acuerdos de órganos superiores. El Partido debería dejar de aparentar ser un aparato de combate, y mostrarse en su vida interna como un modelo de su propio proyecto, como una isla de comunismo donde poder implicarse con alegría militante. Esto supone también que se deben buscar herramientas ágiles, telemáticas, para hacer partícipe a la militancia del máximo de decisiones concernientes a la línea política: el PCE debe ser vanguardia en la aplicación de métodos de democracia directa, y no el refugio de una línea política justa, que es la línea elaborada por sus dirigentes, y que se materializa en consignas y fórmulas recurrentes para el militante que tiene prisa (ASA, ASDA, Nuevo País, Revolución Democrática y Social…).
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Relacionado con esto, un partido que abusa de las fórmulas es un partido que no piensa el fondo de las políticas. Cada vez que emergen los discursos identitarios en el PCE, tengo la sensación de que lo hacen como una reacción a la evidencia de grandes contradicciones políticas. Una de nuestras ideas fuerza es la coherencia ideológica, y sin embargo no somos coherentes con el hecho de que IU tiene un programa socialdemócrata que no es substancialmente distinto del programa socialdemócrata con que el PCE se presentaba a las elecciones. Y aun así, desde el PCE no han faltado las críticas al institucionalismo de IU con un radicalismo verbal pretendidamente revolucionario. No quiero abrir aquí un falso debate sobre qué es lo revolucionario, eso sólo nos llevaría a un erial. Sólo quiero indicar que cuando la política revolucionaria es algo que cabe para el largo plazo, la coherencia es muy sencilla. Sobran por tanto las fórmulas del radicalismo verbal, las frases hechas y la pose «comunista». Lo que falta es localizar los elementos políticos de ruptura. No hemos tenido un debate en profundidad sobre la UE y el Euro, ni hemos valorado qué podemos hacer con la deuda después de lo visto en el escenario griego. Sin posicionarnos en temas de fondo como estos, que incumben a lo que será la sociedad española a medio y largo plazo, no cabe una política radical tampoco, a medio o largo plazo.
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Esta carencia de debate sobre cuestiones a medio o largo plazo viene también de una evidencia que acostumbramos a anteponer: el coste electoral a corto plazo que podrían tener determinados posicionamientos. Y ese coste electoral posiblemente sea inevitable si se busca una política coherente con un proyecto real de transformación social. Esto nos lleva a un problema: ¿cómo se supera la contradicción entre una estrategia de confluencia y una estrategia transformadora? ¿Dónde queremos situar nuestro techo electoral, o hasta dónde estamos dispuestos a ceder por resultados electorales? En otras palabras: hay que debatir honestamente si reivindicamos un espacio político a la izquierda que por fuerza va a ser minoritario. Porque creo que seguimos presos de una confusión por la cual una parte de nosotros cree que la política que para nosotros es correcta nos hará ser más queridos por la gente, y desgraciadamente esto no siempre es así.
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Hace falta más formación y más debate. Iniciativas como la Tribuna Abierta son positivas para enriquecer el debate, un básico de hecho, pero no sólo hay que impulsarlas antes de un Congreso, sino en el día a día: en la era de las redes sociales y la comunicación 2.0, no se puede seguir animando a las agrupaciones a que se formen políticamente a través de la lectura y debate de Mundo Obrero (un medio que en su edición digital ni siquiera tiene habilitados los comentarios). Y hace falta concretar una estrategia permanente de formación. Hay que aprovechar también las nuevas tecnologías, pero eso es lo de menos. Lo importante es que las fórmulas de los documentos políticos no pueden sustituir la formación politica, pero esto resulta inevitable si no somos capaces de una estrategia de formación que conecte con lo más innovador a nivel académico, en lugar de ser un rumiar los clásicos. La formación en el PCE debe ser actualizada, y debe especializarse también de acuerdo con los niveles y los sectores de ocupación de la militancia (aunque la formación básica debe ser general, y ahí no nos faltan materiales cuando menos, se echa en falta una estrategia de formación específica orientada a estudiantes, trabajadores intelectuales y de la cultura, etc…).
Categorías: Política