Cuando el 15M nos llevó a las calles, los militantes de la organización política que era mayoritaria en las mismas (y que fue impulsora desde el principio) se preguntaban a menudo por qué debían esconder las siglas en el anónimo movimiento de masas, que era cualquier cosa menos espontáneo –no por nada, sino porque nada es espontáneo en el mundo: y nosotros, como tantos otros que se organizaban y trabajaban allí, éramos la prueba viviente de ello. Existía la tensión entre la necesidad de visibilizar que allí estábamos (una tendencia natural que me parece excusable si no desemboca en instrumentalización) y el respeto a un movimiento que era mucho más amplio si no quedaba circunscrito a nosotros mismos, si aglutinaba a mucha más gente que no éramos nosotros. De lo que nos empezábamos a dar cuenta era de que estaba naciendo una nueva cultura política, donde esta contradicción sería central. El 15M ha marcado nuestra manera de ver las cosas, y en retrospectiva existen dos principios que han nacido de allí y que iban a ser determinantes para lo que posteriormente sucedió:
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AXIOMA FUNDAMENTAL EXPLÍCITO: La alternativa real no pasa por los partidos mayoritarios (apodados «el PPSOE»), que se beneficiaban históricamente de una ley electoral ideada para laminar a los partidos minoritarios de implantación estatal.
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AXIOMA FUNDAMENTAL IMPLÍCITO: La identidad no se basa en la «marca» sino en las políticas.
Los partidos minoritarios entran en el juego político desde el 15M, cuando un nuevo sentido común los aúpa en la categoría de «emergentes». El primer diagnóstico de una ciudadanía crecientemente comprometida con el cambio social y político fue el «no les votes, vota a otros». A partir de aquella eclosión de la diversidad y la pluralidad, nació una tendencia a un sistema no ya bipartidista, pero sí bipolar. La recomposición del régimen dependía de ello: de constituir una mesa con varias patas, pero donde las márgenes izquierda y derecha del tablero quedaran compensadas. El descrédito del PSOE como «casa común» conducía a mirar a la izquierda de éste, en un terreno donde Izquierda Unida tenía sólidos cimientos, fundados en una historia de trabajo de oposición, de suelo electoral irreductible aun en los peores momentos, y de experiencia y poder institucional fundamentalmente en lo local. Por otra parte, UPyD, surgido como proyecto personalista y escisión por la derecha del PSOE, podía jugar otro papel que contrarrestara la tendencia al crecimiento por la izquierda, centrando el tablero electoral desde un regeneracionismo de centro-derecha (lastrado sin embargo por el personalismo de su fundadora, Rosa Díez). La conclusión obvia de todo esto fue que por primera vez en mucho tiempo, podía contemplarse la participación de los partidos minoritarios en futuros gobiernos. Y este es el tercer axioma, inevitable, lógico, del nuevo ciclo político:
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Las opciones minoritarias son coaligables si hay un marco común de principios en torno a la democracia, la regeneración del sistema político, y las políticas sociales que benefician a la mayoría.
Este primer ciclo concluye con la experiencia de coalición PSOE-IU en el gobierno andaluz. Una experiencia compleja y casi dramática. Porque IU entendió muy bien que había que gobernar para demostrar que realmente (y no en la mera utopía o en la sola protesta) podían hacerse otras políticas. IU entendió que el viejo marco, donde las coaliciones per se ya no restaban, había quedado superado. La ciudadanía quería acuerdos en base a políticas de izquierda (y eso se intentó, pactando un acuerdo de gobierno), no quería politiqueos que sólo sirvieran al interés de unas siglas particulares. La «ventana de oportunidad» se abría, también, porque en aquel momento los partidos minoritarios pasaban a ser «coaligables» desde la óptica de la opinión pública: ya no cabía la marginación de IU, que era ahora un actor relevante e incluso temido. La ciudadanía no hubiera entendido que el PSOE rechazara la entrada en el gobierno de IU. Sin embargo, IU no pudo calcular el efecto contrario: el PSOE era ya difícilmente coaligable. IULV-CA se adelantó, y pagó un alto precio: percibió que ahora podía gobernar y participar en las políticas de un país azotado por la crisis; pero había llegado demasiado pronto y no tenía alrededor a nadie más con quien gobernar, sólo al PSOE. IU estaba dispuesta a romper unos cuantos huevos y a pagar el precio, pero las patatas para la tortilla no estaban allí.
El pacto andaluz supuso una experiencia fundamental sin la cual no se puede entender lo que sucedió después. Supuso tanto un salto inédito en relevancia de IULV-CA, como un proceso de tensiones en lo interno de la organización. La respuesta a estas tensiones llegó con un nuevo coordinador andaluz en 2014, cuya primera carta de presentación fue la Asamblea de Balance de IULV-CA, un giro a la izquierda de la organización que buscaba adecuarla a la nueva cultura política, poniendo de relevancia el compromiso tanto con la transformación de Andalucía (medidas programáticas que estaban en el acuerdo de gobierno, calendarizadas) como con la regeneración formal del sistema (investigación de toda la corrupción). Pero este balance también llegó demasiado tarde, y las elecciones europeas vieron surgir otro sujeto político que, al menos inicialmente, se presentó como una escisión a la izquierda de IU.
El crecimiento electoral de Podemos tras las europeas tiene que ver, en los primeros meses, con una estrategia que rompía en lo fundamental el marco abierto tras el 15M. La aparición de Podemos fue el fin del marco ideológico del 15M, por varios motivos (y no sólo porque desactivó la movilización social).
El colapso del ciclo de movilizaciones comenzado por el 15M tiene su momento más visible en la Marcha por el Cambio de Podemos, que vino a competir con las Marchas de la Dignidad (canto del cisne del espíritu del 15M, donde sí estuvo IU pero no Podemos, y que supuso la última gran movilización social de este ciclo: Madrid abarrotada con un millón de personas idealistas y comprometidas, visibilizadas como una pluralidad de identidades donde todas estaban reflejadas pero ninguna protagonizaba ni capitalizaba). Pero la muerte de la movilización post-15M no fue meramente resultado de una estrategia electoralista de Podemos: en realidad era consecuencia del reconocimiento generalizado de aquel agotamiento. Y en Podemos fueron los primeros en darse cuenta de ello.
El ciclo ascendente de Podemos se basa en el reconocimiento de que, rechazando la experiencia andaluza de IULV-CA, se rechazaba una estrategia perversa de subordinación de toda iniciativa emergente a la política de «dos bloques con cuatro patas». El marco post-15M no daba más de sí: los emergentes, en aquel momento, estaban condenados a entenderse con los partidos del régimen, forzados por tanto a condicionar políticas pero incapaces de «volcar el tablero». Eso se conseguía solamente si surgía una fuerza percibida como autónoma, desvinculada del viejo sistema de oposiciones donde el centro eran PP-PSOE.
Pero el error de Podemos fue doble:
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No darse cuenta de que la nueva cultura política no se basa ya en las marcas, sino en las políticas (lo que supone una altísima volatilidad del electorado cuando hay sobre la mesa más de una opción con similares propuestas políticas).
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Abandonar progresivamente una identidad de izquierdas (por parecer insuficiente el 10-15% que tenía IU en todas las encuestas previas a las europeas) y priorizar una propuesta política que, menos demonizable, casi se presentaba como una alternativa tecnocrática: políticas sociales y lucha contra la corrupción.
En otras palabras, el gran error de Podemos ha sido haberle escrito los discursos a Ciudadanos. En un marco donde el electorado no vota marcas, Podemos ha abandonado la estética del movimiento y ha dedicado demasiados esfuerzos a construir una marca al estilo de los vetustos partidos de masas (desde la Marcha del Cambio hasta la presunta autocrítica a la campaña catalana, donde al parecer sus siglas no se veían bien en la papeleta). Al mismo tiempo, ha amansado el discurso hasta construir una propuesta centrada en «que se vayan todos» y en el castigo a los «golfos» que han desencadenado la crisis. Un discurso con guiños a la prepolítica, que cualquier neoliberal podría comprar.
Así las cosas, ¿en qué quedamos? Este domingo, El País ha publicado una encuesta donde Ciudadanos le da el sorpasso a Podemos, quien pasa del 28% que llegó a tener en su mejor momento, a un 14% que se queda en poco (y que es devastador en términos simbólicos: no logra superar la marca de IU en las encuestas de antes de las europeas). Las encuestas nunca son de fiar, pero lo importante aquí no son las cifras: lo importante es que se recoge el fruto de lo que se ha sembrado. Cuando las expectativas de IU andaban altas, la alternativa electoral se basaba en un discurso centrado en la participación de la gente, en la revolución democrática desde abajo, y en el conflicto social. Uno de los símbolos de la oposición ejercida por Izquierda Unida era que nos habíamos partido la cara haciendo una Huelga General contra la reforma laboral del PP… En otras palabras, que no hacemos la política sólo en los parlamentos, sino que la llevamos al núcleo de la vida de la gente: al conflicto laboral, a la lucha por mejores salarios y contra la precariedad. La direccion de Podemos, por su parte, ha preferido elogiar al clan Botín, haciendo guiños para calmar a las grandes empresas españolas, y facilitar la transición de la Corona deslegitimando la alternativa republicana. En el camino hacia la «centralidad del tablero», lo que se ha abandonado no es «la izquierda», sino algo mucho más importante: la convicción democrática de que ganaremos sumando, de que no haremos política mientras mandamos a la clase trabajadora a ver la tele, de que no podremos cambiar las cosas sin llevar la política al centro mismo de la vida cotidiana.
He intentado ser objetivo a la hora de valorar de dónde venimos. Creo que está bastante clara la dirección hacia la cual nos vamos a mover, y yo al menos me moveré de forma consecuente, pues no participo como mero observador de todo este proceso que en lo malo me frustra, y en lo bueno me emociona. Yo empecé a militar en Izquierda Unida tan sólo unos meses antes del 15M, donde por primera vez en mi vida participé en un movimiento asambleario (todos tenemos nuestras limitaciones, y la mía fue no haber comenzado más joven). Vi muchas cosas que debían mejorar en esa organización, pero estos años he crecido con ella y creo que, con todas las inercias que conlleva lo colectivo, creo que han sido años donde IU también ha aprendido muchas cosas. Voy a apoyar en todo lo que pueda esta campaña electoral porque es consecuente con el camino que hemos seguido hasta aquí, y porque me parece que IU, pese a los errores cometidos (algunos porque, como decía, creo que enfrentó las contradicciones de la nueva situación política demasiado pronto) sigue siendo la mejor herramienta que existe al alcance de cualquier persona que quiera participar en política. Y porque creo que los muchos cambios que se están produciendo dentro de IU en este periodo van a terminar por eclosionar después de estas elecciones, y nos sentiremos orgullosos del papel que vamos a desempeñar.
Y así concluyo lo que no quería ser un panfleto. Pero confesar o incluso celebrar el punto en el que se está es lo de menos, si uno sabe lo que lleva en el maletero y lleva las luces largas para ver en la oscuridad.
Categorías: Política
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