El gris activismo y el poder popular

En algún lugar recordaba Zizek cómo algunos de los mayores poetas y escritores del siglo XX se habían caracterizado por tener profesiones grises: oficinistas, banqueros… Dos de los ejemplos que enumeraba eran Kafka y T. S. Eliot. Esto significa que la creación literaria no es una tarea para las almas «sensibles», sino un gris empeño de experimentación con las formas del lenguaje, que exige una absoluta disciplina.

Hay mucho de literario, de fantástico, de apelación a lo afectivo y «poético» en los discursos del cambio que desde la crisis se han convertido, más o menos, en hegemónicos. La lucha de clases en la ideología está más viva que nunca; se están midiendo interpretaciones de cómo debe orientarse el cambio social, y cada lectura conlleva que se lleve el gato al agua una mayoría o bien una minoría… Y como bien se sabe desde Althusser (y desde Lacan) la ideología es la materialización de representaciones de relaciones afectivas, imaginarias, con las condiciones reales de existencia.

Pero la lucha ideológica hoy tiene dos caminos. Hay un camino que se basa en una equivocadísima y mecánica lectura de Gramsci, de la teoría de la hegemonía, que parece más preocupada por el juego de poder interno y por la construcción de microhegemonías sobre el «enemigo de al lado» (y no me refiero ahora a ningún partido político en concreto porque esta tentación es transversal). Ayuda en esta tarea el sistema puesto a nuestra disposición por los medios de comunicación, que sacan tajada de las miserias de la izquierda y que no dejan de ser espacios de legitimación de una ideología dominante. Por tanto lugares donde hay que estar, pero sabiendo que la comunicación verdaderamente revolucionaria o transformadora hay que hacerla en otro lugar.

Hay un segundo terreno de lucha: crear espacios de poder popular. Islas de libertad, donde la toma de decisiones sea un poco más colectiva y el protagonismo sea del conjunto y no de las partes. Donde no importa tanto la verdad material (de la que el Yo siempre está convencidísimo) sino la verdad del procedimiento democrático, participativo. Porque la única verdad que funciona es la que se construye en colectivo, se legitima en común y se ejecuta como fuerza material.

Y en este espacio anónimo del poder popular, ?qué sitio queda al activismo individual? Ese que quiere ser protagonista, que se merece un reconocimiento por el trabajo arduo, que viene de lejos y va más lejos todavía. Su sitio es escuchar. Contra la microhegemonía de los que juegan al poder, el/la activista es la persona más gris del mundo. No es protagonista ni debe serlo. No habla para escucharse, porque en la línea de los clásicos ya se conoce bastante a sí mismo. Es como el poeta, pero no porque sea la fuente de ninguna evidencia o verdad sino porque es capaz de sentarse a trabajar en silencio durante años para abrir la boca sólo en los momentos indispensables. Y mientras tanto, escucha al verdadero protagonista de la historia, el medio sociolingüístico que entre todos compartimos y que pasa por encima de nuestras hablas individuales.

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