La sociedad está demasiado débil para defenderse. El ciclo de movilizaciones que comenzó con el 15-M languidece, sin haber dejado ninguna nueva estructura permanente, sin crear espacios de entendimiento y diálogo entre las personas que queremos cambiar el mundo, sino más bien todo lo contrario. Rivalidades electorales y rencores incluso personales entre gente que hace nada compartíamos las mismas calles, pero no hemos podido crear espacios de lucha en común. Ningún nuevo movimiento social medianamente potente, porque lo social ha sido des-empoderado sistemáticamente tras años de inercias electoralistas, inercias sectarias, desempleo y medios de comunicación que han impuesto formas agresivas de comunicación política. Aquellos debates de Intereconomía, de trazo grueso y mal gusto, han llegado ahora a todos los salones de manos de cadenas privadas «progresistas», mientras la televisión pública en manos del PP es una cáscara vacía de convencionalismo y conservadurismo.
El momento político actual no sólo se caracteriza por el sectarismo. Se han promovido también, merced a arribistas y aventureros políticos de todo pelaje, las alternancias. Hoy, seguir hablando de «bipartidismo» resulta desfasado, porque nunca fue ese el problema: el problema eran las políticas. Pero hablar de bipartidismo sería tranquilizador incluso, porque nos permitiría poner en la «otra orilla» a tan sólo un 60% del electorado. Menos mal.
Pero mientras que el odio y el descontento con todo y con todos desplaza al debate político, la gran perdedora de estas elecciones es la sociedad. La sociedad se ha demostrado más débil que nunca para autodefenderse, agotada tras seis años de crisis económica. Se ha demostrado incapaz de contestar a la crisis con una propuesta económica alternativa, sino sólo con ruido. Y el ruido ha encontrado en lo electoral un altavoz entusiasta, contento de refugiarse en la vaguedad política e ideológica, ofertando televisión y marcas electorales donde la gente buscaba proyecto, respuestas, soluciones. El resultado electoral, disgregado, caótico, a partes iguales tejido de odio y temor, denota una confusión ideológica que es el producto ante todo de contradicciones sociales salvajes.
Hace tres años, enfrentábamos con ilusión una campaña electoral sin apenas discurso, con mucha retórica pero menos propuestas concretas, con un lema de campaña que decía «Rebélate» pero no sabíamos muy bién qué significaba. Sólo queríamos detener la marea de votos del Partido Popular, evitar que el partido de los recortadores ocupara también Andalucía. Todo lo demás era un acto de fé. En esta ocasión, íbamos con un lema de campaña mucho más ambicioso: «Transformar Andalucía». Teníamos un programa definido, el mejor en el ámbito de la izquierda. Queríamos cambiar el modelo productivo andaluz. Modestamente, sabiendo las limitaciones, queríamos crear herramientas para intervenir la economia, como la banca pública (una medida que en la campaña se apropió el PSOE, en una forma rebajada y menos ambiciosa). Queríamos una Ley Integral de agricultura, banco de tierras, fomento de los canales cortos de comercialización de alimentos, porque fortalece la economía regional y es más sostenible ecológicamente. Queríamos impulsar el empleo, dar crédito a la pequeña empresa, fortalecer la economía social y las cooperativas, reforzar el autogobierno de las comunidades a través de los ayuntamientos. Garantizar suministros básicos de agua y luz para aquellos hogares que no pueden pagar las facturas, mitigar su situación al menos hasta que pudiéramos nacionalizar las eléctricas e imponer tarifas más justas. Queríamos reconducir el sector de la construcción hacia la rehabilitación de viviendas y barriadas, porque hay muchas barriadas degradadas y porque con tantas viviendas vacías, el boom inmobiliario que algunos aún prometen no volverá jamás. Queríamos dar vivienda, acabar con el drama de los desahucios, y por eso no nos perdonaron nuestra politica de vivienda, ni las multas millonarias a bancos que ocultaban las viviendas vacías en sus manos cuando debían ofertarlas al alquiler social.
Ninguna otra fuerza política compartia este programa, a este nivel de concrecion. En ninguna fuerza política que no sostuviera este mismo programa me sentiría a gusto. Pero no todo es la fuerza política. La herramienta político-electoral es insuficiente, y por otro lado, tener el mejor programa político no sirve de nada si los círculos activistas donde nos movemos están plagados de sectarismos, si las identidades políticas se quedan en la miopía de la identidad electoral, si el mensaje no cala porque no sale de nuestras cerradas redes sociales. Tampoco sirve de nada carecer de estructuras políticas y sociales a las que remitir a cada nuevo simpatizante, a cada amigo o vecino que tiene ganas de que el mundo sea de otra manera, pero tampoco quiere casarse con el partido político.
No queremos ganar unas elecciones, vencer en la «contienda» electoral, aplastar por mayorías toda oposición política pasando olímpicamente de matices y de sensibilidades. Queremos construir un modo nuevo de convivir, y para eso no necesitamos sólo un partido político, aunque tenga el mejor programa del mundo. Necesitamos una sociedad fuerte, y una fuerza política que antes se sienta parte de la sociedad. Una fuerza política con puertas de entrada y puertas de salida, permeable, en estado permanente de renovación.
Decía Marx que toda sociedad se plantea las tareas que es capaz de resolver. Desde este punto de vista, debemos sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho, porque hemos allanado el camino y hemos señalado cuáles son las tareas que los andaluces deben asumir los próximos años para desarrollar esta tierra y liberarla de la situación de periferia y sumisión. Pero hay algo que Marx debió añadir a su frase: cuando una sociedad está demasiado sumida en sus contradicciones sociales, ahí nos encontramos las soluciones imaginarias que permiten postergar un poquito más la necesaria y difícil acometida de esas tareas irrenunciables. Y hoy, todo aquel que no quiera formar parte de la solución formará parte del espejismo.
Categorías: Política