Decia Epicuro que nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven para el filosofar. Como cualquiera medianamente ilustrado en filosofía alemana sabe, quien habla de filosofar está viéndoselas eminentemente con uno de los aspectos de, o cuando menos uno de los caminos que conducen a… lo político (la razón pura es eminentemente práctica, dijo Kant). Nunca se es demasiado joven ni demasiado viejo para la política. Y aun así, siempre somos, aparentemente, demasiado viejos o demasiado jóvenes.
Las piernas demasiado débiles quizá, o demasiado poco entrenadas. El ímpetu juvenil aún embrutecido, o la razón, por senil, infantilizada. Aventurerista, empapado de identidades (porque los jóvenes aún recordamos las lecturas que hicisteis cuando érais jóvenes) o anquilosado, nostálgico, acostumbrado a las formas viejas (en estos tiempos que tanto se presume de modernez y de lo nuevo).
Hoy día, lo joven y lo mayor parecen, al observador distraído y al analista superficial, formas dominantes de la cultura moderna. El mayor ha gozado y aún en parte goza de un sistema de protección social que no volverá, y por tanto es un privilegiado, del tipo de esos insorportables con demasiado tiempo libre. El joven, es deseado y envidiado, porque todas las mercancías capitalistas hablan de él y privilegian sus atributos (como la mujer, que es cosificada en la publicidad y anulada, debe aceptar alegremente su condición a modo de piropo).
Sin embargo, la realidad es que el poder político y el prestigio social están en manos de varones de mediana edad. Y los valores de la juventud dispuesta a los goces o de la senectud autosuficiente y cómodamente asentada, son los valores de una clase dominante de hombres entre los cuarenta y los sesenta años.
Mientras se regala a los jóvenes los oidos, se vende «nueva política» o «regeneración», los expertos, los que acumulan la experiencia necesaria pero aún no han sido desplazados al retiro forzoso o al asilo, deciden.
En lo político, no hay una línea correcta en todo tiempo y lugar: lo político es una construcción de voluntades colectivas a base de sumar y componer perspectivas. No tengo la razón que te falta, sólo tengo otro modo de ver las cosas. Extrañamente, suelo coincidir, cada vez que voto algo, con la gente con la que tengo en común lazos culturales y generacionales. No opino lo mismo que ellos porque sean mis amigos, sino que llegamos por vías distintas a intuiciones compartidas que nos permiten interpretar la realidad en sentidos parecidos. De ahí nacen los universos compartidos que me hacen considerarlos amigos, afines. Y alli donde no estoy o callo, me representan. Y no es la imposición de mi punto de vista lo que puede hacer mejor a mi grupo o club o equipo o partido, sino precisamente que otros se sientan tan representados por los que estamos, como yo me siento. Siempre que trato a alguien que comparte conmigo esa relación de confianza, estoy haciendo la mejor política. Siempre que veo silenciados a aquellos con quienes me identificaría, veo allí poco esfuerzo por hacer política conmigo.
Los espacios del poder, al cual nos enfrentamos, son espacios llenos de personas que por edad, experiencia o currículum, ganaron. Pero no nos representan. Insisten en no representarnos. El mundo está lleno de salones palaciegos donde se sientan los vencedores, pero si alguna vez allí hubo alguien escuchando, el último se marchó hace demasiado tiempo. Hablan un idioma demasiado raro.
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