En IULV-CA estamos de proceso asambleario, y quisiera dejar de lado por un momento los documentos, los estatutos y las enmiendas para compartir una reflexión sobre el presente de las organizaciones de izquierda y el nuevo espíritu que debemos fomentar, cuando nuestro objetivo inmediato es el crecimiento organizativo y la toma de las instituciones políticas, que no debemos confundir con la toma del poder (el poder es siempre poder de clase, y aunque se ejerza por medio de las instituciones, se ejerce desde la sociedad organizada).
Es muy notable la preocupación por el crecimiento cohesionado de las organizaciones de izquierda en estos años de intensificación de la lucha de clases. El temor a que las organizaciones crezcan de manera incontrolada, sin formar adecuadamente a la nueva militancia, sin recogerla en la herramienta que es la organización, con sus procedimientos, sus normas y sus saberes. Ahora bien, esta preocupación por algo que aún está por venir (el crecimiento de estas organizaciones no está siendo tan espectacular, con la que está cayendo) es más que nada sintomática de la inseguridad de las fuerzas de izquierda en su propio discurso y en sus propias capacidades organizativas.
Para reforzar estas debilidades que saltan a la vista, necesitamos espacios de discusión y debate internos a la organización (que no sean los pasillos ni los bares). Espacios donde no se escuchen los discursos de los mismos compañeros, espacios donde la militancia de base se ejercite por medio del diálogo y pueda expresar su opinión y sus dudas, y así se formen políticamente.
Pero más allá de la teoría, para formar a los nuevos cuadros, también necesitamos una buena política de promoción, que asigne una responsabilidad a cada militante y que reparta adecuadamente las tareas, aun a riesgo de que los compañeros se equivoquen y tengan que aprender de sus errores: una organización pequeña que crece con poca militancia debe tensionar todas sus fuerzas, flexionar y estirar todos sus músculos. Si no estiramos ni “calentamos”, nos sucederá como a los malos deportistas, que a la hora de la verdad acaban lesionándose.
Para poder hacer esto, es necesario entender bien los principios de crítica y autocrítica. Hay que dejar a un lado los narcisismos, hay que saber encajar las críticas con un buen espíritu. Y por el otro lado, se deben evitar las críticas destructivas y los comentarios mordaces. Toda crítica se debe realizar y asumir sobre el fundamento de que la organización es una comunidad de iguales unidos por los lazos de la fraternidad y la camaradería.
La clave de todo esto, y el motivo por el que reflexiono públicamente sobre cuestiones que pueden parecer organizativas e internas, viene ahora. Este ejercicio de calentamiento y estiramiento organizativo y formativo (el imperativo materialista de aprender las cosas en la práctica, haciéndolas) no debe ser un ejercicio en absoluto secreto y cerrado, sino un ejercicio abierto a la calle. La transparencia de la organización debe ser máxima, todo el mundo debe ser consciente de lo que sucede en el plano interno, pues es la opacidad la que hace crecer las sospechas sobre militantes y activistas. En los debates teóricos y en las cuestiones cotidianas, tenemos que perder el miedo a que la gente se informe sobre nosotros y opine. A veces nos asusta dar imagen de debilidad, cuando todo el mundo sabe que, masturbación mental y delirios aparte, somos débiles. Y lo que esperan es que articulemos los mecanismos para fortalecernos. Pero también saben que nunca lo conseguiremos si no encontramos el modo de contar con ellos, interesarles, implicarles (lo que supone informar periódicamente de los frutos de nuestra colaboración y hacer muchas llamadas para que vean que nos acordamos de ellos). Toda la gente que debemos sumar a nuestro proyecto, y que incluye a docentes, médicos, funcionarios, técnicos y profesionales cualificados, se incorporará cuando existan estas vías para recoger fructíferamente sus aportaciones. La democracia participativa empieza por nosotros mismos, y en un partido de izquierdas, que quiera ser movimiento político y social, participación no quiere decir participación de los que tenemos el carnet, sino de la clase social y del bloque social al cual queremos representar políticamente y al cual, por medio de nuestra acción política, queremos empoderar socialmente.
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